Desfile

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-¿Cardenal de Rohan?-preguntó Auguste extrañado.

María no podía creer las palabras de su esposo, tener que ver a madame Adelaide y al cardenal en el mismo día era un castigo demasiado enorme como para afrontarlo. Ni siquiera quiso mirar al frente para no tener que ver su rechoncho cuerpo. Finalmente, al ver como este no respondía, incluso llegando a pensar que era una broma de su esposo, miró hacia el frente. Bien hubiese deseado que aquello fuera una broma.

-B... Buenos días, sus majestades. He venido aquí a...

María miró inmediatamente a su esposo y como una niña pequeña movió su brazo para captar su atención. Auguste, por supuesto giró completamente la cabeza hacia su esposa, esta le puso ojos de cachorritos, su arma infalible para poder librarse casi de cualquier cosa.

-Su majestad... ¿No tenéis asuntos que atender? Deberíamos volver a palacio.-interrumpió la joven.

El cardenal de Rohan se quedó boquiabierto, como si esperase una reacción distinta de la reina. No se podía explicar porqué esta había decidido ignorarle.

-Majestad...-susurró el cardenal intentando llamar la atención de la reina.

-¿Necesita algo, Cardenal?-preguntó María de manera fría, lo que hizo que se llevase un imperceptible y suave golpe de parte de su marido como forma de pedirle que cambiase el tono.

Su tono podía cambiar, pero la expresión dura y frívola de la reina no. El cardenal parecía sumamente sorprendido, tanto que incluso parecía dispuesto a ponerse a llorar en ese mismo momento.

-So-Solo pasaba por aquí... Disculpad, no quise interrumpir a sus majestades.-se disculpó el cardenal a medida que se le iba rompiendo la voz, patético.

-No tenéis por qué alarmaros, Cardenal.-respondió Auguste con tono amable, pues era incapaz de hablarle de manera hostil a ninguna persona en el mundo.-Como dijo la reina, tenemos asuntos que atender, así que nos vamos.

Los reyes pasaron a su lado y María no se molestó ni siquiera en mirarle. La joven se adelantó sin decir una palabra y Auguste se limitó a seguir el paso, se dirigieron hasta el comedor para almorzar con todos los invitados a Versalles en un delicado banquete. Los niños se acercaron corriendo hasta su padres cuando los vieron llegar.

Auguste se adelantó cogiendo a ambos en brazos como si no pesasen más que una pluma. Los pequeños abrazaron fuertemente a su padre.

-Padre, me prometiste que iríamos a dar un paseo por el jardín. ¡Has ido solo con madre!-se quejó la princesa.

-Tenéis razón, mi princesa, por la tarde daremos un paseo.

La pequeña sonrió abrazando el cuello de su padre, la conexión que ambos tenían era casi mágica, Auguste amaba a sus hijos más que a nada en el mundo. El pequeño José, por el contrario, estaba perdidamente enamorado de su madre, en cuanto la vio no tardó ni un segundo en estirar los brazos hacia ella. María se acercó para coger en brazos y justo en ese momento se dio cuenta de lo que pesaba el pequeño y de cuanto había crecido.

La familia real entró en el comedor sentándose ellos primeros que todos los invitados que como siempre, se sentaban después de realizar una reverencia, María agradecía no tener que ser ella la que tuviera que realizar reverencias todo el rato.

Pero la que no pasó desapercibida para María fue la duquesa de Orleans, la joven se acercó a sus majestades realizando una reverencia y poniéndole ojitos al rey, cosa que no solo María, sino Gabrielle notaron inmediatamente. Y lo que aún fue más molesto para la reina, fue la sonrisa que su marido le devolvió. ¿Cómo se atrevía? Aunque realmente María no tenía razones para enfadarse con él, ella lo había hecho mucho peor, y se dio cuenta cuando el marqués de Lafayette entró en la sala realizando una pequeña reverencia.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora