Luis XVI

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Las herraduras de los caballos hacían eco al pisar la tierra con sus pasos firmes y constantes. Era de noche, muy de noche, solo las lechuzas se animaban a cantar a aquellas horas de la madrugada. El reloj de Auguste marcaba las 2:30 de la madrugada.

Lo habían dejado todo. Todo atrás, una dinastía, una familia, un hogar. El más afectado había sido Auguste, era todo lo que conocía, todo por lo que había luchado y todo lo que tenía. Pero se dio cuenta de algo más importante, aquello era todo lo que Luis XVI tenía. Sin embargo, Auguste sabía que él no era nada sin su familia. Familia a la que debía de proteger.

Una hora antes

El rey caminaba fuera del palacio de las Tullerías, los criados subían al carruaje todo lo necesario partir, Gabrielle ya se encontraba en la frontera junto a Fersén y Maximiliano listos para partir en cuanto la familia real llegase. Blaisdell se encontraba fuera, en su pose naturalmente recta, no se encontraba allí como ministro, sino como amigo. Los jóvenes se miraron y después de un suspiro se dieron un cálido abrazo.

-Ha sido un verdadero placer serviros.-admitió el joven dando un par de palmadas en su espalda.

-Gracias por estar ahí. Por favor, cuida de mis hermanos. Y del siguiente Luis XVII. Sé que él tendrá una mejor oportunidad que yo.

Blaisdell asintió y una vez se despidieron, Auguste se acercó a la puerta del palacio para coger en brazos a María Teresa. La joven rodeó su cuello y se acurrucó en su hombro sin realmente entender qué estaba pasando, sin saber como su vida a cambiar.

El joven dejó a su pequeña en el carruaje tapada con una manta para recoger a su hijo, quién dormía en brazos de su buen amigo, el marqués de Lafayette.

-¿Podéis meterlo en el carruaje? Iré a buscar a la reina.

El marqués asintió con la cabeza y no tardó ni un segundo en realizar la orden de su majestad. Auguste se acercó a la habitación más próxima para recoger a María. La joven se encontraba hablanco con el doctor, este parecía muy serio mientras tocaba el abdomen de su majestad.

-Sí... No cabe duda.-confirmó el doctor.

Auguste entró en la habitación, rápidamente el doctor realizó una reverencia, María lo intentó, pero su marido levantó la mano indicando que no lo hiciera.

-¿Hay algún problema?-preguntó el joven.

Los ropajes de los reyes y sus hijos eran muy distintos a lo que estaban acostumbrados, seguían pareciendo nobles, pero habían dejado atrás sus identidades de los reyes del país más importante del mundo.

-Su majestad... La reina... Ha roto aguas, me temo que el viaje tendrá que hacerse de la manera más pausada y tranquila. Cualquier alboroto podría hacer que se pusiera de parto, si la mantenemos relajada podrá dar a luz en un par de días cuando ya se encuentren en el barco para partir o incluso en tierra firme.

Auguste tragó saliva, todo se empezaba a complicar, pero si de algo estaba seguro es de que no había tiempo que perder. El joven asintió finalmente con la cabeza mientras colocaba sus manos en la cintura, después de tomarse un último segundo, se acercó a la reina para estender sus manos y ayudarla a levantarse.

-Dentro de poco estaremos a salvo y podrás dar a luz en un lugar seguro.-prometió el joven con una sonrisa.

María le devolvió una sonrisa de vuelta mientras agarraba las manos del joven para ponerse en pie y dirigirse al carruaje. Tenía que llegar el fin de una dinastía para que ambos se sintiesen más unidos que nunca.

Los reyes se colocaron delante del carruaje para observar a todos los presentes, los únicos que de verdad habían cumplido la fidelidad que prometieron hace muchos años atrás.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora