Amapolas

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El sol se colaba tímidamente por las rendijas de la ventana, aún era muy temprano como para que los sirvientes entrasen a prepararla, pero el movimiento del marqués la despertó. Este se encontraba en pie justo delante de los pies de la cama colocando él mismo su pantalón. Su porte recto propio de la milicia con la barbilla recta y los pies ligeramente separados.

María se dio media vuelta en la cama mirándolo aún con los ojos entrecerrados, el adulto sintió el movimiento y se acercó a ella con delicadeza para acariciar su cara y besar su frente.

-¿Tienes que irte?-preguntó con voz ronca mientras se acurrucaba en sus manos. 

-Tengo una reunión con el señor Diderot, su abuelo era el crítico de arte más importante de toda Europa. No puedo perder esta oportunidad. 

Incluso para excusarse el general Lafayette siempre era estricto y disciplinado. El adulto se sentó a su lado y llenó sus pulmones de aire. Su vello corporal le daban un toque masculino y varonil, al igual que todas sus cicatrices que la joven podía ver sin tapujos gracias a la luz de los primeros rayos de sol. 

-Sé que tenéis importantes responsabilidades, mi señor. Pero esperaba que el valiente capitán pasara más tiempo conmigo esta mañana.-dijo María mientras se sentaba rápidamente a horcajadas sobre sus piernas. 

Gilbert agarró su cintura con delicadeza, y sonrió de lado. No era común ver al marqués sonriendo, y eso le encantaba. María era quizás era de las primeras personas en años que veían al marqués sonreír de verdad de nuevo. El suave tacto de sus manos sobre su camison hacía que sintiese una oleada eléctrica por todo su cuerpo.

-Créame, majestad, que lo único que querría ahora mismo sería quedarme aquí. Pero no puedo. 

Gilbert besó sus labios de nuevo de manera lenta, se habían olvidado de lo adictivo que era besarse aunque solo habían pasado escasísimas horas que sus cuerpos se habían separado. Aquel tierno beso se transformó en dos, y los dos se volvieron tres, luego cuatro e incluso cinco, para fundirse de nuevo en el seis abrazando sus cuerpos con fuerza. Las manos del general viajaron por sus muslos deleitándose con su suave piel, mientras que las de ella se apoyaban en sus mejillas acariciando sus pómulos con cariño. 

Los besos se fueron volviendo cada vez menos inocentes y sus manos viajaban a partes que se considerarían mucho más que inapropiadas, pero la necesidad del marqués la hacía convertirse en una persona que era incapaz de reconocer. 

El crujir de la puerta hizo que ambos se levantaran corriendo colocándose de pie uno al lado del otro mirando hacia el frente, el corazón les latía tan rápido que parecía a punto de salir de su garganta. 

La pequeña cabeza de José asomaba por la habitación mientras se rascaba los ojos, la razón por la que no habían llamado antes de entrar en los aposentos de la reina era que ninguna criada lo estaba acompañando, María conocía a su hijo y sabía que lo más probable es que la sirvienta encargada de su cuidado le estuviera preparando un biberón para que volviera a dormirse. El pequeño sintió la mirada de los dos sobre él, pero no parecía avergonzado debido a que aún debía de estar en un estado cercano al sueño. 

-He tenido una pesadilla y me he hecho pipí...-se quejó llevando su diminuta mano a sus piernas que se flexionaban timidamente. 

A la reina se le partió el corazón y se dirigió rápidamente a él para cogerlo en brazos. 

-Tranquilo, ahora mismo vamos a darte un baño. 

-Es que hay monstruos...-dijo agarrando con fuerza el cuello de su madre. 

El marqués se aclaró la garganta y se acercó despacio para dirigirse a la puerta antes de que todos estuvieran despiertos. 

-Claro que no, los monstruos no existen.-intentó calmar al pequeño.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora