Cap. 1: El niño de cicatrices.

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Cuando eres un niño, pequeño e indefenso, no logras comprender las situaciones que te rodean. No estas preparado para eso, y lo único que es explicable a tus situaciones son dos cosas; O lo mucho que te asusta o lo mucho que te hace feliz. 

Para Remus era de esa manera, un niño solitario que vivía en una pequeña casa junto a su padre, un hombre al que la vida le jugó tan sucio que terminó convirtiéndose en el torturador de su propio hijo, todo por no querer cederle la custodia a su esposa, quién huyó y se divorció. 

Remus era incapaz de comprender del todo por qué su papá le pedía a gritos que se callara mientras levantaba el puño, de nuevo, contra él en pánico al darse cuenta que las sirenas y los colores de luces rojas y azules no dejaban de brillar fuera de su casa. Para cuando su papá intentó golpearlo, el niño ya no entendía porque el resto de los invasores a su casa se le lanzaron encima, inmovilizándolo. Tampoco se sintió merecedor de los brazos que lo cargaron en protección para sacarlo de ese lugar. Se hundió más en la ropa de esos brazos, esperando a que no le fueran a hacer más daño. Y aunque estaba incomodo por el tacto, simplemente se negó a soltarse viendo que ahora tendría un momento de paz en el no lo iban a lastimar. 

— ¡Remus! — Gritaron, una voz aguda y alarmada que enseguida le hizo levantar el rostro. No podía estar equivocado, esa voz la conocía bastante bien, incluso con los años la seguía escuchando en sueños. Tampoco le fue tan difícil no reconocer a su mamá, que justo ahora se desbordaba en lagrimas y gemidos mientras corría a él para abrazarlo. Se lanzó de inmediato a la voz conocida, a la familiaridad y se permitió llorar con el rostro oculto en el cuello de la mujer que sollozaba. — Mi bebé, ya estas a salvo...lo siento, lo siento tanto por haberte dejado... Mi bebé... 

Siguió llorando en silencio, hundiéndose incluso más cuando escuchó los gritos de su papá, sus quejas por ser arrastrado. Si pudiera, viviría oculto en los brazos de su mamá, que lo acunaban como si aun fuera un bebé y no tuviera siete años, como si Remus no fuera consciente que esa mujer lo dejó a la deriva, pero lo ignoraba, como todo, como estaba acostumbrado a hacer. Lo que no pudo ignorar fue la promesa de su madre de que todo iba a mejorar, y él solo esperaba que así fuera. Porque ya no quería seguir siendo un niño indefenso a merced del monstruo. 

Incluso cuando su mamá lo hubo calmado con suaves caricias, se permitió ser llevado a un hospital, y dejó que los demás hombres de blanco, al igual que mujeres lo examinen de pies a cabeza, con él temblando pero cerrando los ojos con fuerza porque su mamá le decía que todo estaba bien. 

¿Pero cómo podría estarlo? ¿Cómo cuando abrió los ojos y encontró que su mamá lloraba con mucha más fuerza y era sujetada por el hombre que la acompañaba, o con esas personas vestidas de blanco que miraban con horror su cuerpo? No tenía que ser lo suficientemente ingenuo para no darse cuenta que las marcas que su papá le dejó, esos moretones en su rostro, su labio partido, sus brazos llenos de cortes y su pequeño pecho con quemaduras de cigarrillo eran los que asustaban. La palabra "monstruo, inútil" rebotó en su cabeza con insistencia haciéndolo sentir incapaz de que el resto lo toque, así que bajó la camisa que le tenían levantada y lloró cuando lo intentaron tomar de nuevo. Excepto que cuando su mamá acudió de nuevo a él, se dejó tocar solo por ella mientras seguía temblando. 

No. No estaba bien. Su cuerpo lo reflejaba, eso y las cicatrices permanentes que serían un recordatorio de que los hombres son malas personas cuando se lo proponen. 

Bajo la Luz de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora