Cap. 24: A Salvo.

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Cerca de Battersea hay una gran cantidad de edificios viejos, algunos en los que las construcciones se detuvieron y cuyos cimientos poco a poco podían comenzar a caer, sus puertas chirriantes y metálicas eran movidas por el viento. Se volvieron la principal acción turística en el que algunos adolescentes traviesos decidían entrar para hacer "pruebas de valor".

Cerca de aquellos edificios había otros nuevos, que eran habitados alegremente junto a una calle principal concurrida. Resulta que para entrar a la calle de los edificios viejos, debes dar vueltas por algunas carreteras, ahora callejones, entre los modernos que eran obstaculizados por rejas de alambre y basureros. 

Cualquiera que decidiera entrar de nuevo a la calle con los edificios abandonados y acercarse al más grande de ellos, podría internarse en él sin dificultad, subir las escaleras de mármol, que en su momento debieron ser de lozas que representaban lujo y elegancia. Las puertas abiertas, algunas azotándose, cristales rotos y animales pequeños corriendo entre los escombros de las partes del techo que iban cayendo. Si decidiera entrar en ese preciso instante huirían despavoridos con un nuevo cuento de terror, puesto que en ese momento no solo las puertas se movían o la lluvia azotaba las ventanas rotas, si no que los pasillos temblaban con los gritos de suplica de una voz perteneciente a un joven, y lo más trágico de aquellos gritos es que no pertenecían a un fantasma en pena.

Remus gritaba y golpeaba para tratar de quitarse al hombre de encima, por más que el otro lo regañaba para que se estuviera quieto no podía, no con la hoja afilada del cuchillo bajando desde el puente de su nariz hasta su pómulo. La cantidad de sangre que ya estaba brotando del corte le indicaba que si habría cicatriz, y lo más triste que se le pudo ocurrir en medio del dolor fue que no perdió su habilidad de identificar si su piel iba a tener una nueva cicatriz por la cantidad de sangre que brotara de las mismas. 

— Falta poco, deja de gritar. — Insistió de nuevo el hombre con voz calmada y tratando de sonar tranquilizador. Pero Remus no podía estar calmado, no quería nuevas cicatrices, no donde no podía ocultarlas. 

Sintió como la fuerza que mantenía contenida a sus piernas se suavizaba y tomó una bocanada de aire cuando la hoja del cuchillo se volvió a encajar en su piel, esta vez en su mandíbula. Inhaló profundo y levantó la rodilla con fuerza dando justo en el blanco. Greyback jadeó con fuerza y se dejó caer a un lado agonizando en dolor por el golpe en su miembro.

Remus no perdió tiempo en levantarse y salir de la sala, pero se horrorizó dándose cuenta que realmente no sabía dónde estaba, así que solo corrió a las primeras escaleras que encontró y comenzó a bajar por ellas. Su rostro seguía húmedo y la sangre ya había empezado a empañar su ropa al caer, si no se daba prisa no tendría sentido haberse arriesgado, lo iban a atrapar de nuevo y le iría peor que antes, nunca había tenido un castigo doble y no quería averiguar en qué iba a consistir. 

La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas y el agua que se colaba al interior hacía que resbalara cada dos pasos por el piso. 

— ¡Remus! 

No giró ni se detuvo, continuó corriendo y bajando de dos en dos las escaleras hasta que su corazón dio un vuelco cuando se percató que ya estaba en una especie de lobby, tropezó con algunas partes del techo caído y salió a la calle. La lluvia lo terminó de empapar, y el hecho de que ya estuviera a punto de anochecer no era de mucha ayuda. Dio un rápido vistazo y corrió a la derecha metiéndose en el pasto para no correr directamente en la calle, con algo de suerte conseguiría perderle de vista. Los llamados de su voz todavía se escuchaban detrás de él, se alegró que poco a poco fueron mucho más lejanos porque el tono era de furia y desesperación. 

Remus se metió en una bodega abandonada para salir del otro lado de la puerta, no quería esconderse, necesitaba llegar hasta una calle concurrida y pedir ayuda, así que su plan inicial era seguir corriendo a pesar de que las piernas se sintieran mucho más pesadas y la respiración le hiciera falta. Se detuvo junto a una barda caída para tomar un poco de aire y evaluar su entorno, la lluvia no le iba a permitir escuchar los coches y tampoco podía saber si Greyback lo seguía llamando.

Bajo la Luz de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora