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>>Todo es tu culpa... tu culpa... tu culpa.<<

—¡CÁLLATE! –me levanto de un brinco gritando a todo pulmón y me quedo sentada en una superficie suave.

A los segundos entra un doctor con su típica bata blanca y gesto de preocupación, seguido de Hades con un rostro cansado y alerta, a quien lo siguen mis amigas.

Todas gritan de felicidad mientras las lágrimas comienzan a resbalar por sus mejillas, todas se precipitan sobre mi en un abrazo asfixiante.

—¡Detenganse! Dejen que respire. –interrumpe el doctor y todas se apartan rápido– ¿Cómo te sientes? ¿Puedes hablar?

—¿Qué pasó? –digo evitando esa pregunta porque es muy obvio que no estoy bien– Tengo una navaja en las... –miro mi torso y la navaja ya no está, en su lugar queda una ligera cicatriz, más clara que el resto de mi piel– ¿Cuánto...?

—Dormiste tres días. –el doctor comienza a revisarme como seguro lo ha hecho cientos de veces con otros pacientes– La navaja estaba impregnada con una sustancia a la que eres alérgica. Tu cuerpo intentó eliminar esas toxinas, pero como estabas tan herida y cansada, la recuperación nunca se habría completado.

Miro la cicatriz una vez más, sé qué sustancia fue y sólo se podía conseguir en un lugar, en el viejo laboratorio de mi madre. Tal vez Janeth me la encajo en algún momento y no me di cuenta porque la adrenalina me tenía adormecida.

—Para limpiar tu sangre necesitaban a un familiar que te donara sangre y como no encontramos a nadie más, tuvimos que llamarlo a él. –interrumpe Hades con un tono de incomldidad y yo me congelo.

—¿Qué? –pregunto sin saber cómo sentirme.

¿Tal vez agradecida porque me ayudaron a sanar? ¿Quizá furiosa porque lo llamaron o emputada porque es la sangre del mismo hombre que intentó matarme?

—Escucha, conozco tu situación, Irka. Conocí a tu tío Inventillo y conocí a tu padre, así que estoy al tanto de ambas versiones. Y créeme, tu padre ya no es un obstáculo para que vivas plenamente. –aclara el doctor con simpleza.

—Intentó matarme sin siquiera conocer mi versión de la historia, así que perdóneme si me siento emputada porque ese perro miserable me haya dado algo. –gruño dejando que la ira brote por mi garganta, pero decido calmarme, la furia me da fuerza– No me interesa que me haya donado sangre. No le quiero deber nada.

—Y no me lo debes. –aparece en mi campo de visión ese hombre miserable que se hace llamar mi padre, Eduardo Valtierra.

—No quiero ni verte la jeta, perro miserable. –intento levantarme y al no lograrlo bajo la vista.

Tengo correas sujetándome las piernas y también los pies, miro mis muñecas y ahí también tengo correas, pero parece que rompí la correa del abdomen y el pecho

—Te debo una explicación y pienso dartela. –suspira y comienza el relato mientras yo me dedico a escuchar apretando la mandíbula– Tu madre biológica murió cuando naciste. La mujer que te mantuvo presa era su hermana gemela y la asistió en el parto, pero me mantuvo fuera de la habitación. Ya sabes, cosas de la época. –gruño y él solo baja la mirada– Cuando naciste, ella me hizo creer que estabas muerta desde mucho antes de nacer, y al ver a tu madre yo simplemente... –se limpia con rapidez una lágrima– No pedí más explicaciones.

Lo fulmino con ma mirada sin mostrar el más mínimo indicio de piedad. ¿Cómo se atreve a llorar? Es un bastardo que no se tentó el corazón conmigo.

—Como te imaginarás, ella te mantuvo encerrada el tiempo suficiente como para cambiarte, y cuando los rumores comenzaron a llegar... no lo soporté. –eso ultimo desestabiliza mi gesto amenazador– Se decía que ella había creado un clon a partir de tu difunto cuerpo, decían que eras un monstruo fabricado no humano y decidí que esa mujer no debía usar a mi hija muerta para su beneficio. –carraspea para disimular que se le va la voz por las lágrimas– Desde ahí comencé a reunir gente para erradicar a esa loca y con ello... a ti.

MESTIZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora