#20..

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—¡Oye! ¿Has visto mi pistola? –grito desde mi cuarto mientras rebusco en la ropa.

—¿Tienes una pistola? –se asoma por el marco de la puerta de mi habitación.

—Claro que no. –digo arrugando el entrecejo– Que cosas tan raras dices.

—Entonces ¿por qué me preguntas si he visto tu pistola si no tienes una? –cuestiona confundido, sonrió con complicidad.

—Es que no tengo una pistola... tengo muchas ¿Viste alguna perdida por ahí? –digo riendo y él solo se va moviendo la cabeza.

—No he visto ninguna. –grita desde el pasillo.

—¿Qué me falta? –susurro mientras analizo cada cajón– ¿John has visto un cubo pequeño? –grito otra vez buscando debajo de la cama y en mi armario. ¡Se supone que lo tengo atado al cuello y ya no está!

—¿Un qué? –dice entrando de nuevo a la habitación.

—Un cubo. Una figura del tamaño de un dado de 2x2, esta hecho de cristal del Río Estigio y esta atado a una cadena de plata. –explico mirándolo fijo, tengo mis dudas, quizás lo tomó él.

—¿Por qué se te pierde todo? Digo, las cosas que buscas supongo son importantes. ¿Por qué se te pierden? –eso hasta yo quisiera saberlo.

¿Por qué todo se me pierde? Le diré la verdad, simple y sencillamente la verdad.

—Porque soy muy despistada, se me olvida dónde pongo las cosas y cuando las busco no las encuentro... así que soy muy, pero muy despistada. –tomo la maleta con libros para llevarla al pasillo.

¡Mira nomas! Ya encontré el maldito collar. ¿Cómo madres llego al sillón?¡Rayos, debo poner más atención en lo que hago!

Dejo la maleta junto al sillón y voy a la cocina por un vaso de agua, cuando cierro la puerta de la gabeta me machuco un dedo.

—¡MIERDA! –grazno de forma ahogada sacando mi dedo apachurrado– Me lleva la...

John con el teléfono en la mano me mira mientras yo aprieto mi dedo.

—¿Qué fue lo que pasó? –mira mi dedo sangrante– Tu sangre burbujea. –parece muy sorprendido.

—Las personas como yo tienen este mismo detalle. ¿No lo sabías? –gruño tomando una servilleta para limpiar mi dedo aunque sé que no tardará en sanar– ¿Eres un Cazador y no sabes cómo identificar a un mestizo? ¿No deberían enseñarles eso en la Academia de Preparación para Cazadores? –lo miro y parece atónito, como si algo no encajara.

—¿Qué? –digo seria, su mirada fija me incomoda.

—Soy como tú, ¿verdad? –pregunta mirándome fijamente.

¿Y ahora? ¿Qué le digo? No se supone que fuera mi responsabilidad decirle.

Su cara se torna pálida y sus ojos pierden ese brillo alegre o malvado.

—Necesito algo de sangre. –avanzó al refrigerador ignorando por dos segundos la peligrosa pregunta.

Miro a John, quién solo se dedica a sentarse y mirarme de una forma muy alarmante. Parece que quiere despellejar mi cuerpo, pero tendrá que hacer fila como el resto de mis enemigos.

—Quiero que me cuentes todo lo que yo ignoro, todo lo que no sé de mi y que tú me ocultas. –su frialdad me congela hasta el alma, y vaya que yo sé de frialdad.

—Muy bien. Solo confía en mi. –digo tomando aire.

Necesito contarle todo lo que yo sé y todo lo que intentaba decirle. No sé porque quiero ayudarlo, pero parece que se la debo.

—Mira, las cosas son difíciles de explicar. ¿Bien? Creo que si te lo explico te confundiré, pero quieres respuestas te daré las que tengo. –lo miro y tomo valentía.

—No importa. Yo sabré como manejar todo esto. –su mirada esta perdida, años atrás tal vez.

—Tu cambio ocurrió en 1945 cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. No había medicamentos, la economía era un asco en Alemania y aún así tu madre había ido a la ciudad por un médico que supiera como tratarte, pero que no fuera muy costoso. Era de noche y tus gritos de agonía se escuchaban hasta mi casa. Estabas solo y yo tuve que esperar a que todo el mundo se fuera a dormir para ir a ayudarte. –lo miro con seriedad, como si con esa mirada pudiese adivinar lo que piensa– No sabía que estabas tan mal, no sabía las consecuencias de lo que podría pasar si te daba a beber de mi propia sangre. –aprieto mis dedos para contener la rabia de aquel recuerdo tan doloroso.

John me observa con los labios apretados en una linea fina y los puños blancos y temblororsos.

—Lo que si sabía era que no quería perderte, no quería que me dejarás. Así que hice todo lo que estaba en mis manos para mantenerte con vida. – mi voz se va en un hilo y me aclaro la garganta– Fue un acto muy egoísta, pero no pensé qué efectos tendría al final. –me mira con los ojos saltones y yo trago saliva– Te arruiné la vida, John.

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