#22..

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Llego a casa y entro por la puerta de atrás para no hacer enojar a madre. Escondo las botas y el abrigo entre la leña para que ella no los encuentre.

Los invitados ya llegaron, y supongo que no han notado mi ausencia.

Saco las botellas de la caja y las acomodo sobre la mesa de la cocina.

—¿Por qué tardas tanto? –Madre se asoma por la puerta y mira las botellas– Al fin las trajiste, sirve los platos en diez minutos. –ordena tomando dos botellas y saliendo nuevamente de la cocina.

Su tono de voz no suena tan... ¿Cómo se podría decir? ¿Tosco? ¿O ha sido mi imaginación?

Tomo algunos platos y sirvo una gran cantidad de comida para que los invitados puedan servirse las porciones que quieran. También sacó los panecillos y los apilo para que les sea fácil tomarlos.

Llevo uno a uno los tazones a la mesa del comedor para que todos puedan servirse y yo pueda comer a escondidas de madre. Si se disgusta quiero saber que no me preocupare por si me castiga de no comer.

—¿Cuándo estará servida la cena? –grazna una vieja arrugada y cargada de maquillaje.

—Está lista, ya pueden pasar al comedor. –digo con toda la cortesía que me queda y una ligera reverencia como me ordenó mi madre.

—¿Cómo te atreves a darme órdenes? –la viejita es mi abuela, y la ruca es muy testaruda. Me cansa su voz ahogada por años de fumar tabaco.

—No estoy dando órdenes, solo digo que la cena está lista. Si usted no quiere cenar no es mi problema. –espeto con furia.

—¡Anastasia! Tu hija es una perra contestona. –grita la vieja enojada.

—¡Irka! ¿Y las copas? –grita madre desde la cocina.

Antes de irme me acerco a mi abuela, peligrosamente cerca de su arrugada y peluda oreja.

—No siempre estarás en autoridad para regañarme, pronto tomaré tu viejo y arrugado cuello y lo apretaré hasta que se te salgan los ojos, así que ve preparándote vieja rancia. –mi tono la molesta tanto que se pone roja de la ira.

Corro a la cocina y voy directo al estante donde sé que están las copas. Saco unas cuantas y se las entrego a madre.

—¿Por qué las cambiaste de lugar? –las toma de una a una– Recuerdo que estaban del otro lado.

—Me diste la orden expresade que no deje todo en el mismo lugar por mucho tiempo, cada mes cambio las cosas de sitio. –me encojo de hombros lista para la paliza o para que me encierre en el sótano.

Se queda parada mirándome fijo y por un segundo creí que iba a gritarme, pero no lo hizo.

—¿Ya esta lista la cena? –su voz suena dulce y aterciopelada, como si jamás hubiera sido una bruja conmigo.

—Sí, esta vez opte por servir platos grandes para que cada persona se sirva la cantidad que quiera, si falta más vuelvo a llenarlos. –explico de forma seria esperando cualquier reacción que me recuerde que es una doctora chiflada salida de las entrañas del infierno.

Ella sopesa mis palabras un momento y después asiente saliendo de la cocina con las copas.

¿No se supone que debía regañarme? ¿Gritarme o darme una bofetada? ¿O castigarme en mi jaula?

Las únicas veces que pasa esto es cuando esta borracha o drogada. Y sé que esta drogada porque los ojos están rojos y no huele a alcohol, pero su actitud no es de una mujer drogada, se le ve consciente, en pleno uso de todos sus sentidos.

Por alguna extraña razón me gusta más así, es como si a la madre drogada yo le agradará y a mi madre real solo la desgraciará.

Si me dieran a elegir entre la drogada y la bruja, en definitiva elegiría a la drogada... aunque hay una gran posibilidad en la que elegiría mejor huir de ambas.

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