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*Llamada*


¡Heda! –los sollozos de mis amigas son lo único que escucho y uno que otro sorbo de mocos– ¡Ay mi queridísima Heda! —grita Perla a todo pulmón.

—¿Qué sucede? –hago una mueca y trato de mantener la calma, siempre tienden a dramatizar las situaciones.

¡Nos cancelaron! –gritan todas al unísono y yo alejo el móvil de mi oreja para no quedarme sorda.

¿Quienes cancelaron? ¡No sé qué significa eso! –gruño sin entender el mensaje.

¡Solo abre la maldita puerta y déjanos contarte todo! –grita Sofía.

*Fin de la llamada*


Me quedo parada en medio de la sala intentando comprender qué es lo que acaba de pasar.

Bajo con cautela para abrir la puerta de metal negro que hace de cochera en la primera planta y efectivamente, esas mujeres están ahí.

Todas están envueltas en una cobija, en pijama y pantuflas. Tienen el maquillaje corrido como mapaches y sus vestidos de gala colgados del brazo como si acabaran de llegar del campo de batalla. Me miran con sus ojos de perrito abandonado y se lanzan a abrazarme.

—¡Cuidado! –grazno ahogada– Me están... asfixian...do. –estoy quedándome sin aire y ellas me sueltan– Dioses, sus brazos son más peligrosos que las garras de la Hidra.

—No iremos al baile, nuestras parejas cancelaron. ¡Y ya estábamos casi arregladas! –gritan furiosas y yo hago una mueca, intentando ser comprensiva.

—Pero aun faltan siete horas. –cierro la puerta, sintiéndome más confundida que antes.

—Una mujer prevenida vale por dos. –interrumpe Perla con voz ofendida y la nariz goteando mocos.

—Uy, perdona Miss Universo, olvidé ponerme mi vagina está mañana. –gruño y todas forman una sonrisa en sus caras tristes.

..........


Pasadas dos horas, aún no paran de llorar. Puse una película de acción para distraerlas, pero ellas prefirieron una película de desamor para llorar aún más.

A veces no me siento identificada con la actitud de las chicas aparentemente "normales". No entiendo por qué cuando estan tristes, buscan cosas que las hagan sentir aún más tristes, es como si eso las hiciera distraerse de lo que sienten.

Tampoco entiendo cuando dicen que no están enojadas, pero si lo están, pero dicen que no y luego se quejan de que no les hacen caso y terminan dándote un resumen del porque no estaban enojadas pero ahora sí lo están y es todo un pedo bien cañón, es casi imposible que una persona las comprenda, ni los Dioses lo hacen, ni ellas mismas lo hacen.

Pero existe una técnica infalible, un método que hace a las mujeres inevitablemente felices... la comida.

Voy a la cocina y les preparo un montón de chucherías, cuando se las dejo sobre la mesa, inmediatamente empiezan a comer como barriles sin fondo.

—¡Oigan, oigan! ¡No se me atraganten, chamacas! –me miran con ese gesto apesadumbrado que me encoge el corazón y deciden comer más despacio.

—Pobre perrito, es tan triste que haya muerto. ¡PERRITOOO! –grita Amparo y todas vuelven a llorar.

—¡Chingada madre! Dejen de ser tan dramáticas, ya paren de llorar. –todas me miran asombradas y me planto en frente de la tele con las manos en jarras– ¡Levanten sus tetas del sillón y dejen de lloriquear como bebés! Sí, las dejaron, ¿qué más da? Al demonio, hay más hombres en el planeta. ¡Ustedes son hermosas y sexis! No tienen porque mendigar migajas de amor.

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