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—¿Quién será? –su cara no parece de felicidad. Pero ¿cuándo sí?

—Jean Carlo. –respondo entrecerrando los ojos. Escuchando las palabrotas rebotando en la mente del visitante.

—¿Alcanzó a rastrearme? –me gustaría saber qué piensa realmente John, pero su bloqueo es lo suficientemente resistente como para impedirlo, tiene una voluntad bastante fuerte.

—Recuerda que lo trajiste aquí contigo la primera vez, no creo que haya ido muy lejos. –suavizo el semblante con una sonrisa torcida– También llegó la pizza. Actúa como si no supieras nada ¿Bien? –le doy una palmada en el brazo.

Siento su mirada sobre mi. Él se queda en el pasillo observando cada detalle antes de que habrá la puerta así que lo obligo a irse y sentarse en la sala haciendo uso de su bioelectricidad neuronal.

—¿Sí? –hablo con un tono de niña que no rompe ni un plato, toda sonrisas y dulzura.

—Buenas noches. –dice el repartidor con una sonrisa más forzada que las promesas de los politicos en tiempos de elecciones.

Lo comprendo totalmente, se ve cansado y su mente repite una y otra vez lo mucho que se odia y lo mucho que odia su trabajo. Le entrego el dinero y un poco más como propina, le doy las gracias, me entrega la pizza y se va sonriendo de genuina felicidad.

—¿Qué le hiciste a John? –grazna Jean con mucha seriedad una vez que el pasillo se encuentra despejado.

—Lo mutilé y metí sus restos en ácido. ¿Crees que debí asarlo y deborarlo? –contesto en tono burlesco– Aunque tal vez quedaría fibroso y sin sabor.

—Deja de decir idioteces. –responde gruñendo.

—Pasa. –da un paso dentro de mi casa y lo detengo poniendo mi mano estirada al marco– Ni se te ocurra hacer una estupidez porque eres uno solo contra mi. –quito mi mano y él avanza por el pasillo mientras cierro la puerta.

—Que bueno que estas vivo, pensé que esta zorra te había matado. –me mira de reojo y abraza a su rígido amigo.

—Llegó la pizza ¿Quieres un trozo Jean? Va por mi cuenta. –ofrezco con una sonrisa inocente y un sarcasmo ampliamente notable.

—No le digas zorra. –grazna John con rabia.

—Oye tran... –comienzo a decir, pero me interrumpe con un bramido salvaje.

—¡No me digas que este tranquilo cuando te esta insultando! –me mira con la cara roja de la rabia.

—Viejo, tranquilo... –Jean levanta las manos en señal de paz– ¿Qué crees que haces?

—Ya basta. Bajenle de huevos a su pastel cabrones. –señalo a Jean y a John mientras pongo la pizza en la mesa y voy a la cocina por platos y vasos– Ahora, los quiero sentaditos y quietesitos. Ni una palabra. Sean niños buenos.


*Narra John*

Me quedo viendo estupefacto como Irka se aleja por el pasillo directo a la puerta con tanta tranquilidad.

Algo me obliga a sentarme, una fuerza tan potente que no puedo negarme a ella. Una orden que mi cerebro acata de inmediato y que es demasiado fuerte, no sé de donde viene.

Pasados unos segundos escucho sus voces. Me levanto del sillón y miro como ese estúpido se acerca por el pasillo directamente hacia mi para darme un abrazo.

—Que bueno que estés vivo, pensé que esta zorra te había matado. –muestra una sonrisa, pero ya no estoy seguro de que sea del todo cierta, no dejo de pensar en la verdad que me obligó a ver Ilynka.

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