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Cierro mi negocio tan pronto como se va el último cliente, al revisar la hora me doy cuenta de que solo tendré 20 minutos para estar lista antes de asistir a la cena a la cual fui cortésmente invitada.

Subo rápido, me quito las botas de trabajo, los calcetines, la camisa empapada de sudor y los pantalones sucios de tierra a más no poder.

Espero cinco minutos y corro a bañarme. Mientras tanto pienso que ponerme. Estoy entre usar Jeans o un vestido casual.

Por un lado los Jeans son muy cómodos aunque con este calor mis piernas se cocerían; por el otro lado, el vestido es fresco, pero no sé si estoy preparada para aventurarme a usar vestido sabiendo que a mi no me gustan.

No me importa el tiempo, pero es una cena con dos chicas muy amables, además de ser mis clientes no puedo llegar tarde, la primera impresión es importante. Además de eso, seguro que apreciarán mi puntualidad considerando que no son de México ni de ningún punto de América.

Salgo de bañarme y me dirijo al armario. ¿Qué será bueno ponerme?

(7 minutos después)

Tomo una botella de vino, le pongo un moño y conduzco hacia la casa de Cristina y Annabel con una sensación de calor placentero en el pecho.

Sus almas me han deslumbrado y me han motivado a ignorar la quejumbrosa voz de mi yo para vestir algo a lo que no estoy acostumbrada por la mera necesidad de no decepcionarlas con mi apariencia.

Llego al domicilio, bajo de mi auto acomodandome el vestido con impaciencia porque se sube y me hace enseñar más de lo necesario.

El vestido tene un diseño simple, lo que me hace soportarlo. Es de color azul marino, bien liso y con un escote discreto casi imperceptible, no tiene piedrecitas ni nada por el estilo, pero me jode que se suba.

A las nueve en punto toco la puerta de la casa de las chicas y me dedico a esperar nerviosamente a que abran la puerta.


La voz de mi yo aparece como un eco en mi mente, tratando de hacerme dudar. Pero me enfoco en mi motivo. Vine a una cena con unas lindas clientes y no perderé la oportunidad de conocerlas a ambas. Sé que son de los humanos por los que vale la pena luchar y arriesgar la vida, y con las personas con las que vale toda la pena del mundo relacionarse.

Pasan unos minutos y me siento en la banqueta a esperar que abran. Quizás se arrepintieron.

—¿Qué se supone que haré? –susurro con la botella en las manos, decidiendo si bebérmela yo sola y no asistir a esta cena o quedarme y ver qué pasa.

—Entrar y disfrutar de la cena no me parece mala idea. –me levanto de un salto y observo a Cillian en el umbral de la puerta mirándome con diversión.

—Ya sabía yo que esas facciones me sonaba de algo. –grazno asombrada.

—Sí, aunque no nos parecemos en nada. –se hace a un lado y entro a la casa media encogida y ruborizada.

—Sabía que este pueblo era demasiado pequeño, ya que después de todo logré conocer tu humilde morada. –de su garganta emerge una melodía exquisita disfrazada de risa y con un ademán teatral me indica que me siente.

Él se sienta junto a mi y pasa su brazo por encima del lomo del sillón sin tocarme siquiera, con el único objetivo de mirarme de frente.

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