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Cuando salgo del gimnasio, comienzo mi trayecto hasta el campo al aire libre, refunfuñando mientras avanzo pacientemente a la última hora de clase.

Al llegar a la cancha veo que todas las alumnas están haciendo estiramientos, y de inmediato agradezco que la maestra no haya perdido el tiempo con presentaciones ñoñas como el resto de docentes.

—Disculpa. ¿Tu eres...? –pregunta la profesora muy seria mientras se acerca a mi con carpeta en mano, siendo cosa típica de todos los educadores.

—Irka Grese. Tengo esta clase. Pero me he perdido. –digo con un tono que no sonó como disculpa sino como un fuerte "No le interesa un culo lo que hacía, ya estoy aquí".

—Intégrate, todas están preparándose para trotar y tú no serás la excepción. –anota algo en lo que parece ser la lista de alumnos y luego me ve de forma despectiva– Tienes que dar 20 vueltas, pero como llegaste tarde te castigaré con 5 vueltas más. —enojada da media vuelta y camina hacia el refugio de la sombra de un árbol.

¿Cuál es la necesidad de obligarnos a hacer ejercicio si los profesores sólo ordenan y se aplastan a observar? ¡Eso no tiene sentido! ¿Qué les enseñan en la universidad a esos tipos?

Decido ahorrarme las palabras insultantes que se me juntan en la punta de la lengua y me pongo a calentar. Me concentro en el objetivo. Dar 25 vueltas, lo que me resulta de todo menos como un castigo.

Me levanto y comienzo trotando luego paso a correr lo más normal que puedo, de estar hasta atrás del montón de alumnas paso a ser la primera.

Cuando ellas van a la mitad de la vuelta yo ya la he dado completa. No es por presumir, pero en el inframundo sí los pies no te sangraban entonces no estabas entrenando, allá lo consideraban holgazanería y se castigaba con un maratón con Cerbero detrás.

Termino 10 minutos antes que las demás, porque ellas se detenían un largo tiempo para tomar aire entre cada vuelta y eso las alentó considerablemente.

Al terminar, todas se inclinan inhalando y exhalando repetidas veces por la falta de aire, algunas otras se tiran al suelo exhaustas mientras que yo troto un poco y hago otros estiramientos para relajar los musculos.

La profesora se acerca con la boca y los ojos bien abiertos del asombro.

—¿Cómo es que hiciste eso? Terminaste antes que todas las demás. –ruedo los ojos sabiendo lo que sigue, sí, sí, mi talento es único, soy impresionante, jamás se ha visto algo como eso y bla, bla, bla.

—Años de práctica. –sintetizo con desdén.

—¿Sabes? –me da un rápido repaso con la mirada como si fuera una gallina en un corral– Deberías entrar a las competencias, dan muy buenos premios. –comenta sonriendo falsa y forzosamente.

Seguro es su trabajo informar sobre ese tipo de oportunidades, tal vez le darían una bonificación o quizá espera un buen pago por tan bondadosa oferta.

—No me interesan los premios, correr es para mi un simple pasatiempo. –hace unos minutos su cara era de pocos amigos y ahora parece que fuera mi amiga de toda la vida.

Mi respuesta la ofende un poco, y aún así no se rinde. No sé qué quiere de mi.

—En cada competencia siempre se ofrece un buen premio, seguro lo tendrías asegurado. –¿Que parte de NO es la que no capta?

—Le repito. No me interesa el dinero ni las competencias. –tomo mis cosas para enviar un mensaje implícito de que se acabó la discusión.

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