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Cuando llego a casa todo comienza a dolerme, al parecer, la adrenalina que tenía hace unos minutos se terminó, ahora el cansancio se esta apoderando de mi como una anaconda a su gran presa, enroscandose y aplastandome.

Activo mi sistema de seguridad, subo las escaleras tratando de no tropezarme con mis propios pies y veo a los Brennan discutiendo acaloradamente en mi sala de estar.

Al notar mi presencia los tres se callan de golpe y me observan con atención unos segundos, lo que me parece una eternidad. Annabel se levanta y posa sus manos en mis hombros, por un segundo creí que me daría una bofetada, pero no lo hizo, y la odié un poco por eso.

—¿Qué sucedió? –pregunta temblando un poco.

Dudo en si contestar o no, ¿debo decirles la verdad o disfrazarla? Sus pobres mentes ya han sufrido demasiado por hoy. Lamento el momento en que acepte esa cena, las condene a una vida de miedo.

—Me encargué de ellos. –respondo escueta y Cristina se levanta, aparta con gentileza a su hermana mientras se planta firme frente a mi.

—No más mentiras. –su voz suena muy ronca, pero nada tosca– Podemos soportar lo que sea que hayas hecho. Además, en cierta manera te delata la sangre que tienes en la cara.

La bolsa negra con las cabezas comienza a pesar en mi mano, tal vez sus miradas me hacen sentir culpable, muy en el fondo.

No puedo permitirme sentir culpabilidad, eso puede interferir con mi trabajo, a la larga me volvería loca y de verdad no necesito de eso, bastante tengo con mi pasado como para vivir con culpabilidad.

—¿Qué hay en la bolsa? –pregunta Cillian poniéndose de pie.

—No quieren saberlo. –digo esquiva y me voy a mi habitación dejando la bolsa sobre el escritorio.

—¡No quiero que me mientas! –grita decepcionado, yo dejo la bolsa sobre mi cama y me doy la vuelta indignada.

—No miento. –le doy la cara con solemnidad– Intentó protegerlos, no quiero que sus mentes humanas se traumen, pero si lo que quieres es ver, está bien, la advertencia ya está dada. –voy por la bolsa– Te mostraré mis trofeos.

Meto la mano dentro y tomo el cabello de uno, veamos quién es.

—Estás a tiempo de arrepentirte. –aprieta los labios en una fina línea– El conocimiento no siempre es poder, Cillian. –digo con un atisbó de suplica.

—No más secretos. –levanta el mentón en gesto desafiante, suelto un largo y profundo suspiro.

Saco la cabeza con aire reatral, Annabel y Cristina lanzan un chillo agudo, mientras Cillian se cubre la boca y se aguanta las ganas de vomitar.

—Vaya hermanita, sigues siendo irreverente aún estando muerta. –comienzo a reír porque la cabeza de Gizel tiene la lengua afuera y los ojos blancos– ¿No les parece hermosa? –pongo mi mano donde debería estar su cuello y Cristina suelta una arcada, pero nada sale de su boca.

Parecen arrepentidos de haberme desafiado, así que hago una mueca mientras miro el rostro estático de mi hermana, le doy un beso rápido en la mejilla y ellas tosen asqueadas.

Annabel se da la vuelta y se va a la cocina con la cara pálida. Por último, Cillian me mira y luego a la cabeza.

—¿Esos te parecen trofeos? –gruñe arrugando la frente y yo beso la mejilla de Gizel otra vez– ¡Por Dios! No hagas eso. –suelto una carcajada.

—Te lo advertí, Brennan. –meto la cabeza de nuevo en la bolsa– Tomar una decisión implica vivir con las consecuencias. –meto la bolsa en una caja y le pongo un sello para que Hermes la envíe a mi padre– Los humanos se creen valientes para ir a la guerra, pero el panorama cambia cuando lo viven en carne propia. –terminó de escribir una breve nota.

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