90. Estocolmo

1.2K 47 13
                                    

Me encontraba en el patio trasero del monasterio, pues quería un tiempo a solas y había aprovechado que todos estaban al interior del edificio tomando una clase de armas, clase que yo no tuve que tomar ya que era una experta en el tema.

Cerré mis ojos al sentir el viento agitar mi lacia cabellera, no pude evitar sentir un vacío en mi estómago al saber que aquel atributo lo había heredado de mi madre, al igual que las pecas que se esparcían por mis mejillas y nariz. Por otro lado mi blanquecina piel y mis ojos azulados los había heredado de mi padre, tan solo pensar en él me hacía hervir la sangre, tomé un sorbo largo de mi cerveza para tratar de ahogar aquel sentimiento.

—¿Todo bien cariño? —Estocolmo habló preocupada al ver que no dejaba de jugar con la botella de cerveza en mi mano.

—Si, no te preocupes —Traté de tranquilizarla a la vez que tomaba su mano entre la mía y le daba un leve apretón.

—Londres, puedes decirme lo que sea —Estocolmo insistió al ver que trataba de evadir su mirada.

—Estoy bien —respondí acomodando mi flequillo, gesto que ella interpretó como nerviosismo.

—El brillo en tus ojos no dice lo mismo —Con su otra mano acarició el tatuaje en mi muñeca, logrando que viejos recuerdos llegaran a mi memoria.

—Dije que estoy bien —repetí tratando de mantenerme serena para no levantar sospechas en la rubia.

—¿Al menos puedo ayudarte con lo que sea que está pasando? —Solté su mano bruscamente y suspiré con fuerza ante su insistencia.

—A menos que puedas revivir a los muertos —contesté amargamente—. No creo que seas de mucha ayuda —De inmediato Mónica abrió su boca impresionada ante la manera y tono con el que le había hablado.

—Solo estaba intentado ayudarte —susurró dolida, de inmediato un sentimiento de culpa reemplazó la rabia que había sentido anteriormente.

—Lo siento —Oculté mi rostro entre mis manos con frustración—. Hoy ha sido un día difícil, es todo, discúlpame.

—Cuando estés de mejor humor podemos hablar —La rubia se levantó de su lugar intentando ocultar lo dolida que estaba.

—He dicho que lo siento, de verdad lo siento —La tomé de la muñeca antes de que pudiera alejarse—. Es un tema difícil y sabes que no soy muy buena expresando... expresando lo que siento.

—Pues entonces dime qué pasa, tal vez puedo ayudarte —Volvió a sentarse frente a mí, amaba que fuera tan comprensiva y tranquila, todo lo contrario a mí, que siempre ponía mi orgullo antes que todos, aunque debía admitir que aquel aspecto de mi vida había mejorado gracias a la rubia.

—Es difícil —Solté un suspiro antes de levantar mi mirada para finalmente conectarla con la suya.

—Ven —Estocolmo me tomó de la mano y me hizo levantar de mi asiento—. Solo confía en mi —Aunque no entendía que quería hacer dejé que me guiara a unos pocos metros de la mesa para recostarnos sobre el césped.

—¿Se supone que esto debería ayudarme? —pregunté una vez las dos nos recostamos mirando al cielo.

—No lo sé, pero quizá pueda tranquilizarte —La rubia tomó mi mano sin dejar de mirar al cielo.

—Eso dijiste el día que nos conocimos —susurré recordando el día que llegué al monasterio junto a Palermo y Marsella, pues gracias a el argentino era parte del atraco.

—¿Perdona? —preguntó girando su cabeza para mirarme.

—Estaba recordando el día en que llegamos aquí —respondí girando mi cabeza—. Y en lo agradecida que estoy porque Palermo me haya llamado.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora