71. Helsinki

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Después de dar varias vueltas en la cama, debido a que no podía dormir, me coloqué unas pantuflas y una camisa grande sobre mi ropa interior antes de salir de la habitación. Caminé hasta la cocina y tomé un sixpack para subir a uno de los balcones que quedaban en la segunda planta, al estar allí me senté en una de las sillas y me dispuse a abrir la primera lata de cerveza mientras miraba el cielo despejado.

—Filadelfia —Escuché un susurro detrás mío por lo que pegué un brinquito asustada.

—Puta madre —Me quejé cuando vi al hombre tomar asiento a mi lado—. Casi me matas del susto Helsinki.

—Perdón, no quería asustar —Se disculpó con sinceridad.

—Ya no importa, ¿quieres una? —Levanté una cerveza que él tomó a modo de afirmación.

—¿Qué hacer aquí sola? —preguntó sacándome una sonrisa al escuchar su conjugación de palabras en español.

—Se dice qué haces —corregí a lo que él asintió—. Y no podía dormir, así que decidí salir a despejarme un poco, como siempre.

—Yo no poder dormir —Me giré a verlo buscando una explicación un poco más detallada—. Y me gusta hablar con tu.

—Contigo Helsinki —Volví a corregir mientras reía.

—Además tu corregir mi español —Se burló de sí mismo haciendo que mi risa aumentara.

—A mí también me gusta hablar contigo —Sonreí sincera antes de tomar un sorbo de la lata—. ¿Es raro, no? —pregunté mirando el cielo lleno de estrellas.

—¿Qué? —preguntó siguiendo mi mirada sin entender.

—Siempre que no puedo dormir llegas tú, es como si estuviéramos conectados —Reí ante mis propias palabras—. Aunque agradezco que seas tú, no me imagino teniendo conversaciones profundas con Berlín o Denver.

—Berlín es un anciano —Asentí dándole la razón.

—Brindo por nuestra conexión extraña —Levanté mi cerveza para chocarla con la de Helsinki.

—Chin, chin —El serbio imitó el sonido que yo solía hacer al brindar.

Después de nuestro pequeño brindis bebimos tres cervezas cada uno en completo silencio, al terminar de beber me giré a ver a Helsinki, quien tenía la mirada perdida entre las pequeñas colinas que se extendían alrededor de la casa.

—Hoy estás más callado de lo usual, ¿te sientes bien? —pregunté flexionando mis piernas sobre la silla y rodeándolas con mis brazos en busca de calor.

—¿Puedo decir algo? —preguntó mirándome a los ojos.

—Seguro, soy toda oídos —Sonreí tratando de transmitirle seguridad.

—Siento algo raro en estómago —habló tocando la zona con rudeza.

—¿Te duele? Quizá fue la comida de hoy, creo que no debería volver a cocinar —Mordí mi labio con nerviosismo ante la posibilidad de haber intoxicado a todos mis compañeros de atraco.

—No, solo siento a veces —explicó aún sin entender.

—Pueden ser mariposas —bromeé por lo que él bajó la mirada a su panza sin entender.

—¿Mariposas? —Levantó su mirada confundido.

—Ya sabes, los animales que vuelan y tienen alas bonitas —Intenté explicar sintiendo ternura ante la confusión del hombre.

—¿Por qué mariposa? —Volvió a preguntar.

—La verdad es que no lo sé, pero sólo puede significar una cosa... a Helsi le gusta alguien —hablé con una sonrisa socarrona—. Ya dime con quién sientes mariposas grandulón —Reí ante las varias posibilidades de pareja que creaba en mi cabeza para Helsinki.

—Siento cuando estoy contigo —Callé mi risa de inmediato para sentir un sonrojo extenderse por mis mejillas.

—¿Qué dices? —Aparté mi mirada cuando el serbio se negó a desconectar la conexión de nuestros ojos—. Creo que ya fueron muchas cervezas para ti —Intenté bromear para alivianar la tensión.

—No, no son cervezas, yo sentir mariposas con Filadelfia —Helsinki se levantó e intentó acercarse a mí pero en un movimiento rápido me alejé regando la cerveza sobre mi camisa en el proceso.

—Yo creo que si son las cervezas —hablé caminando de espaldas por el pasillo que conducía a las habitaciones—. Buenas noches Helsinki —Me despedí con la mano antes de abrir la puerta de mi habitación y cerrarla con seguro.

Al no escuchar respuesta de su parte me deslicé por la puerta hasta quedar sentada en el suelo, de inmediato me llevé las manos a las mejillas para sentir un calor que aún me recorría de pies a cabeza.

—Es mi puta camisa favorita —Me quejé mirando la enorme mancha de cerveza en mi pecho—. Y es mi puto compañero preferido —murmuré atrayendo una imagen de Helsinki a mi memoria.

De inmediato una sonrisa se extendió por mi rostro y una calidez recorrió mi pecho al pensar en aquel serbio, al percatarme de aquello sacudí mi cabeza y procedí a quitarme la camisa para adentrarme en mis cobijas y tratar de apartar las imágenes de aquel hombre de mi cabeza. Con lo que no contaba aquella noche era con que al caer dormida varias escenas que había vivido con Helsinki se presentaran en mis sueños y nuevas escenas un poco más románticas fueran creadas por mi subconsciente.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora