63. Profesor II

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Salí de la caja con total tranquilidad tratando de planear como escapar de allí sin que una bala me impactara.

—¿Qué crees que estabas haciendo ahí? —preguntó una voz femenina, cerré mis ojos con fuerza al reconocer a quien pertenecía aquella voz, al estar de espaldas no podía ver su rostro pero juraría que tenía una sonrisa enorme al verme tan indefensa—. Te pregunté que qué estabas haciendo allí —Me giré lentamente para encarar a la inspectora.

—Ya sabes que me gusta ir de excursión —Sonreí levantando las manos en señal de inocencia.

—Ya, así que no estás haciendo lo que yo creo que haces —Me devolvió la sonrisa.

—No sé qué concepto tienes de mí, pero te juro que solo tengo intenciones buenas —respondí negándome a dejar que me viera débil.

—La verdad es que te creía más inteligente —Reí levemente ante sus palabras.

—No lo creas, lo soy —Saqué dos pistolas de los lados de mi pantalón para apuntarla.

—Mira, no sé qué tanto te ha afectado estar rodeada de criminales pero te recuerdo que la ventaja aquí la tengo yo —Raquel pareció ni inmutarse ante las armas en mis manos.

—¿Y cómo por qué tendrías ventaja? —Levanté mis cejas esperando su respuesta—. Yo tengo dos de estas preciosuras aquí, y tú solo una —Señalé con mi cabeza las pistolas.

—Definitivamente se te han olvidado los protocolos —murmuró con burla—. Ahora mismo viene un grupo de más de quince policías, y si yo doy la orden pues entran y te acribillan.

—Vale, que hay un montón de gente ahí fuera sí, es cierto —admití—. Pero que me van a disparar porque si, eso no me lo termino de creer.

—Alicia es quien tiene este atraco al mando, ¿por qué crees que estoy yo aquí? —Mi respiración se entrecortó al escuchar el nombre de la inspectora a cargo.

—Y que te hayan reemplazado tiene que ver conmigo, ¿no? —Raquel asintió—. Vale, de verdad lo siento —Me disculpé siendo sincera.

—Tus disculpas ya no sirven de nada, ahora te ofrezco una oportunidad única, podemos negociar —Bajó su arma hasta dejarla en el suelo.

—¿Qué estás haciendo Raquel? —pregunté confundida ante su petición.

—Se te acaba el tiempo, así que mejor acepta ahora antes de que sea tarde —La miré por unos segundos hasta que decidí bajar mis pistolas para sentarme frente a ella.

—Bien, volvemos a los viejos tiempos —susurró recogiendo su cabello con un lápiz como siempre solía hacer.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté sin darle rodeos al asunto.

—Chicago, ¿qué está pasando? —Escuché la voz de Sergio por mi auricular.

—¿Cómo debería llamarte ahora? Porque supongo que tu nombre ya dejaste de usarlo —Suspiré asintiendo a su afirmación.

—Chicago, me llamo Chicago —respondí—. ¿Cuál sería tu ciudad? —pregunté con curiosidad intentando ganar tiempo.

—Me gusta bastante Lisboa, pero vamos, no nos desviemos del tema.

—Entonces, Lisboa, ¿qué es lo qué quieres? —hablé en tono calmado.

—Dinero, y mucho —respondió levantándose para sentarse junto a mí.

—No me jodas —susurré girándome a verla—. Tú no eres el tipo de persona que traiciona a todos por un poco de dinero.

—No, tienes razón, no soy ese tipo de persona —admitió con tono más tranquilo—. Soy el tipo de persona que haría lo que sea para poder huir con su hija y su madre y dejar a su exmarido atrás —Me quedé callada tratando de analizar si había algún tipo de truco en sus palabras o gestos.

—¿Chicago? ¿Estás bien? —La voz de Sergio sonaba cada vez más preocupada.

—Vale, entonces, ¿necesitas dinero? —pregunté asegurándome de qué había escuchado bien.

—¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Si, necesito mucho dinero para poder irme de este país de mierda.

—Bien, puedo darte lo que quieras pero... ¿Cómo voy a saber que no vas a entregarme? —Raquel rodó los ojos ante mi pregunta.

—¿Ves esa mochila de allí? —Señaló una maleta enorme tirada en una esquina del granero—. Pues ahí tienes un traje de policía con el que vas a pasar desapercibida.

—Vale, ¿y después qué? ¿Me voy con ustedes a la carpa y pretendo ser la policía buena de nuevo? —Raquel se levantó y trajo la maleta consigo para empezar a sacar varias piezas del traje policial que solía usar Suárez.

—Pues sí, y cuando todos tengan descanso tú puedes huir y seguir con tu banda de atracadores —contestó de mala gana—. ¿Tienes un plan mejor?

Estuve por responder a su pregunta cuando escuchamos las voces de dos personas planeando entrar al granero.

—Mierda, ve a distraerlos —Empujé a Raquel hacia la puerta mientras yo me colocaba el traje a toda velocidad.

A mis espaldas escuché a la inspectora hablar con los propietarios de la casa, explicándoles que estaba en una pequeña intervención y que no tenían nada de qué preocuparse.

—No te queda nada mal ese traje, de hecho te pareces a alguien que conozco —La mujer se burló al volver y encontrarse conmigo ya vestida.

—Ni se te ocurra decirlo —amenacé poniéndome los guantes.

—¿Qué? ¿La palabra prohibida con S? ¿Tu exesposo? —Volvió a burlarse.

—Chicago, he estado escuchando todo y no me termino de fiar —Sergio habló por mi auricular, solté un suspiro antes de hablar.

—Confía en mí, te prometo que voy a estar bien —respondí bajo la atenta mirada de la inspectora.

—¿Tu nuevo ligue? —preguntó señalando el auricular en mi oreja.

—Por favor no hablemos de eso —respondí colocándome el último guante.

—¿Qué tienes en la mano? —Raquel preguntó cuando me escuchó quejarme al ponerme el guante.

—Me lastimé intentando escalar un árbol —respondí simple, en seguida recogí las pocas pertenencias que tenía allí y con ayuda de Raquel las escondí en la maleta que ella traía con el traje de policía.

—¡Inspectora Murillo! —Reconocí la voz del hombre con quien había pasado gran parte de mi vida.

—¡Todo bien aquí dentro!¡Ya tengo apoyo del oficial Hernández! —contestó ella saliendo del granero.

—No puedo esperar a verte —susurré por mi auricular.

—Ten cuidado por favor, y si necesitas algo no dudes en contactarme como sea —Sergio se despidió.

—¡Oficial Hernández! —Escuché el grito de Raquel llamarme desde fuera.

—Y yo también estoy enamorada de ti Sergio —contesté refiriéndome a su declaración de amor antes de que me descubrieran, de inmediato me quité el auricular y lo escondí dentro de mi sostén.

—¿Está usted bien oficial? —Suárez preguntó adentrándose al granero.

—Afirmativo —contesté engrosando mi voz y evitando mirarlo a los ojos.

—Bien, vamos a seguir buscando a esos hijos de puta —Suárez respondió sin fijarse en qué yo no era quien el creía.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora