49. Estocolmo/Denver I

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La secretaria de Arturito acababa de salvar a Denver de ser disparado por este en su intento de fuga, por lo que después de la horrible escena subimos a una oficina junto a Moscú y al estar dentro de la habitación los tres nos sentamos sobre una mesa larga mientras la mujer se desplazaba de un lado a otro desesperada.

—¿Estás bien? —Moscú preguntó cuando me senté entre él y Denver.

—Si —mentí sonriendo forzadamente.

—Que ya me he enterado de su pelea por la rubia —susurró por lo que decidí dejar de fingir y borré la sonrisa de mis labios.

—Tu hijo me dijo que estaba empezando a sentir cosas por ella, ¿qué querías que hiciera Moscú? —hablé dolida mirando a Denver encender un cigarrillo demasiado metido en sus pensamientos como para escuchar nuestra conversación.

—Siempre ha sido indeciso, pero está vez te puedo asegurar que sabe lo que quiere —El anciano contestó dándome un leve apretón en el hombro.

—Bien, ya fue suficiente con las vueltas —hablé enojada hacia Mónica para dejar de lado mi conversación con Moscú.

—¿Tienes un cigarro? —preguntó ella pero ninguno le respondió—. Qué sí tienes un cigarro —repitió estresada.

—Mónica, estás embarazada —Denver le contestó calmado intentando tomar mi mano sobre la mesa, al notar su intención la aparté disimuladamente.

—Embarazada, secuestrada, disparada... Y dentro de nada acusada de colaboración con banda armada, yo qué sé —respondió volviendo a caminar de lado a lado.

—No te pongas en lo peor —Moscú intentó tranquilizarla—. Arturo te podrá echar un capote, es el padre de tu hijo, ¿no?

—Viena —Denver susurró mientras Moscú hablaba con la rehén pero no quise girarme a verlo.

—¿Qué padre, qué padre? —preguntó ella alterada dándome un poco de lástima—. ¿El que me acaba de señalar como si fuera una secuestradora más? ¿Qué padre? ¿Al que le he reventado la cabeza con un palo de hierro? —Sentí una presión en mi pecho al verla con los ojos llenos de lágrimas por lo que me levanté y la tomé de los brazos para que se quedara quieta de una vez por todas.

—A ver, a lo mejor y te ayudan tus compañeros —hablé en tono calmado.

—Si, claro que sí, total y sólo les he fastidiado todo el plan de fuga —contestó apartando mis manos con brusquedad.

Tomé una bocanada de aire tratando de contener mi enojo y mantenerme serena para razonar con ella, Denver y Moscú seguían todos mis movimientos con cautela.

—Cálmate, no todo puede ser negativo —retomé esta vez sin tocarla.

—A lo mejor y lo dicen en un juicio —insistió—. ¡Dios! ¿Por qué he sido tan tonta, dónde coño tengo la cabeza? Vamos dame un cigarro —Al hablar se acercó a Moscú—. Dame un cigarro, mi feto necesita un cigarro.

—Mónica, tú no te vas a sentar en ningún banquillo porque antes te juro que reviento a Arturo —Denver se levantó para acercarse a ella, mi corazón se estrujó al ver la manera en que la miraba.

—Tú no vas a reventar a nadie, ¿vale? Tranquilo —Moscú le puso una mano en el pecho señalando con sus ojos hacia mí.

—Pero tiene razón, que se la llevan por delante, cojones —Denver ignoró la mirada de su padre—. Que si nos escapamos y nos pilla la policía, va a la cárcel —Mónica se alejó al escuchar las palabras negativas del chico.

—Y si nos quedamos y entran pues también, va a ir a la cárcel si o si —añadí sacando un cigarrillo para llevármelo a los labios.

—Eh, eh, ¿qué haces? —Denver se acercó a mi para quitarme el cigarrillo antes de que pudiera si quiera encenderlo.

Me quedé mirándolo por unos segundos mientras el sostenía el cigarrillo en su mano, Denver se acercó aún más por instinto y tomó una de mis manos entre la suya. Ambos teníamos tanto por decirle al otro que las palabras eran difíciles de pronunciar, debíamos admitir que éramos unos cobardes y no nos atrevíamos a solucionar nuestros problemas de una vez por todas, justo en el momento en que abrí la boca Mónica habló.

—Si es que siempre elijo mal, siempre elijo mal —Denver y yo volteamos a verla sin separarnos—. Me lío con un tío casado —Soltó una risa sarcástica—. Me quedo embarazada de él y luego viene otro tío, me dispara en la pierna y voy yo... Y me enamoro —Finalizó sin mirar a nadie.

Sentí un dolor intenso en mi pecho y como mis ojos se llenaban de lágrimas, Denver a mi lado no supo que hacer ni decir por lo que se formó un silencio incómodo en la habitación, me tragué todo mi dolor y decidí actuar como una persona madura.

—¿Sabes qué vamos a hacer? —pregunté después de unos segundos acercándome a Mónica y soltando mi mano del agarre de Denver.

—¿Qué? —preguntó ella sin ganas.

—Viena, no es necesario —Denver intentó acercarse a mí pero negué con la cabeza.

—Vienes con nosotros, ya cruzaste la puta línea y no pienso dejarte aquí para que te pudras en la cárcel con un bebé por nuestra culpa, ¿bien? —pregunté dejando de lado el hecho de que ella estuviese interesada en mi exnovio, tan solo pensar en aquella palabra me hacía arder el pecho.

—Viena cariño, igual podemos... —Moscú intentó darme opciones pero lo interrumpí antes de que pudiese finalizar su frase.

—Viene con nosotros, puede ocupar el lugar de Tokio o de Oslo —hablé mientras Mónica negaba repetidas veces.

—No, no, escucha. Yo solo soy una secretaria, no me veo huyendo de la policía o pegando tiros o viviendo escondida o no sé dónde, en Camboya, en cualquier país libre de extradición, que no, que es mejor que me quede —Me aparté de su lado para hacerle señas a Denver con el fin de que se acercara a ella, pues en ese momento él era la única persona que podía hacerla entrar en razón. Denver negó de inmediato temiendo por mi reacción si se acercaba a la rubia.

—Por favor —susurré sintiendo unas cuantas lágrimas rebeldes bajar por mis mejillas.

—Y cuando venga la policía, les diré... Que lo hice porque tenía un síndrome de Estocolmo como un piano, y eso tiene atenuantes, ¿por qué era eso, no? — Mónica preguntó mirando a Denver, quien también se encontraba con unas pocas lágrimas recorriendo su rostro.

—Estocolmo —Fue lo único que Denver dijo acurrucándose a su lado, tomé esa acción como señal para irme, era más que claro que Denver sí que sentía cosas por ella.

—¿Qué? —preguntó ella en voz baja sin entender a qué iba su respuesta.

—Que puede ser un nombre bonito, si te vienes con nosotros, te... —Denver apartó las lágrimas que bajaban por sus mejillas de manera brusca—. Yo qué sé, te podrías llamar Estocolmo, ¿yo qué sé tía? —habló levantándose para buscarme pero yo ya no estaba en la habitación—. ¿Y Viena? —preguntó hacia su padre.

Moscú simplemente negó con la cabeza para señalar hacia la puerta con una mirada de decepción, Denver se llevó las manos a la cabeza sintiendo un dolor intenso crecer en su pecho.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora