91. Matías

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Sentí a alguien moverme por los hombros con brusquedad, sin embargo mantuve mi mirada en el suelo y deje que la persona siguiera moviéndome de lado a lado como si fuese una muñeca de trapo. Con el tiempo los movimientos se volvieron cada vez más agresivos por lo que finalmente levanté mi mirada para encontrarme a Río frente a mí.

—Lima, escúchame —El chico intentó llamar mi atención pasando una de sus manos frente a mis ojos repetidas veces.

Su voz sonaba distorsionada en mi cabeza por lo que volví a agachar la mirada hacia mis manos a la vez que sentía como mi estómago se revolcaba al ver la gran cantidad de sangre que se encontraba en la palma de estas, sin poder controlarlo mi respiración empezó a acelerarse hasta que sentí como poco a poco se me empezaba a dificultar respirar.

—¡Lima! —Río volvió a llamarme levantando mi mirada al tomarme por el mentón—. Necesitamos llamar a Matías —El chico habló hacia alguien más mientras aun me sostenía por los hombros.

A los pocos segundos, que para mi fueron como minutos, Matías subió al salón principal y caminó hacia nosotros, al notar que mi mirada se encontraba perdida y que llevaba mis manos a mi pecho con angustia, aceleró su paso hasta estar junto a mí.

—Lima, mírame —El chico apartó a Río para tomarme con delicadeza del rostro—. Mírame cariño, enfócate en mi voz —Matías murmuró obligándome a mirarlo a los ojos—. Ahora respira, respira, inhala, exhala —indicó por lo que me exigí a mí misma hasta que empecé a respirar con tranquilidad—. Así es, sigue así, lo estás haciendo muy bien.

Tras pocos minutos logré regular mi respiración, aunque aún sentía una presión en mi pecho que no me dejaba siquiera hablar.

—Necesito... Abajo —murmuré haciendo un gran esfuerzo para pronunciar aquellas palabras.

Matías entendió mis palabras a medias y se quedó mirándome por unos largos segundos a la espera de que volviera a hablar, pero al notar que me costaba demasiado me tomó entre sus brazos y me cargó hasta el elevador que conducía a la bóveda donde fundíamos el oro.

Durante todo el trayecto el chico se encargó de susurrarme palabras tranquilizadoras, agradecí internamente su comportamiento al notar que me sentía más calmada y que empezaba a ganar poder sobre mi cuerpo nuevamente.

—Venga, déjanos pasar —Matías habló hacia uno de los fundidores, pues aún tenían una barrera construida para evitar los ataques de Gandía, cerré mis ojos con fuerza en el momento en que el escolta llegó a mi memoria.

De repente todo lo que había vivido hace tan solo unos minutos llegó de golpe a mí, Gandía había escapado, nosotros lo habíamos perseguido por todo el banco, Nairobi se había quedado sola en el baño de la planta inferior, y finalmente, Gandía había logrado asesinar a la pelinegra mientras todos nos encontrábamos reunidos como simples espectadores.

—Nairobi —murmuré ganándome la atención de Matías.

De repente rompí en llanto, miles de lágrimas recorrían mis mejillas a la vez que mi garganta dolía por los sollozos que soltaba.

—Lima, está bien, está todo bien —Matías me dejó en el suelo sin apartarse, temiendo que en cualquier momento me derrumbara frente a sus ojos.

—No está bien —Sollocé alejándome de su tacto—. Nairobi está muerta —Al pronunciar aquellas palabras mis sollozos incrementaron y mi respiración volvió a tornarse irregular.

El ataque de pánico que Matías había logrado controlar hace tan solo unos minutos estaba explotando en ese momento, y el estado de shock en el que me encontraba al ver morir a Nairobi frente a mis ojos había abandonado mi cuerpo para darle paso a un dolor intenso que se sentía como miles de balas atravesando cada parte de mi cuerpo.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora