54. Matías

3.6K 219 21
                                    

Bajé las escaleras apresurada después de haber revisado a Palermo, entre más me acercaba al centro del banco más clara era la voz de Nairobi.

—Nosotros les protegeremos a ustedes y ustedes nos protegerán a nosotros. Maravilla, y ahora sí, cuando quieran, se pueden quitar los antifaces —La mujer se giró a verme cuando terminó de hablar por lo que negué dándole a entender el estado en que se encontraba el argentino—. ¡Ahora! —Todos los rehenes se quitaron sus antifaces con las manos temblorosas, mientras tanto terminé de bajar las escaleras para pararme junto a Bogotá.

—Todo estuvo de maravilla allá arriba —hablé en voz alta al notar la mirada de Bogotá sobre mí, el hombre rio sabiendo que mis palabras iban cargadas de sarcasmo.

—¿Qué tal? ¿Qué hay? —Nairobi preguntó mirando a algunos de los rehenes, y logrando que Bogotá y yo volviéramos a nuestro papel de atracadores malhumorados.

—Ahora que podemos conocernos cara a cara, les presento al señor Bogotá —Señalé hacia mi izquierda para que todos reconocieran al hombre junto a mi—. Que va a elegir a cuatro voluntarios —Bogotá me miró enojado al escuchar como lo había llamado pero decidió ignorarlo para comenzar a hablar.

—Mi nombre es Bogotá, y estoy aquí para hacer el trabajo duro —habló mientras caminaba entre las filas de rehenes—. Vamos a currar a sesenta y cinco grados centígrados, lo que viene siendo un jodido crematorio, las jornadas serán de doce, catorce, dieciséis o veinticuatro horas, lo que aguanten, ¿quién se anima? —Finalizó mirando a todos los rehenes a nuestro alrededor.

Cómo era de esperarse nadie levantó su mano o se ofreció para hacer el trabajo, le hice una mueca a Bogotá mientras ambos mirábamos a todos los rehenes, de pronto él señaló a un señor de la fila derecha.

—Nombre —pedí en tono amable.

—Agustín, Agustín Montero.

—¿Qué hace aquí? —pregunté.

—Estaba... cambiando divisa —Miré a Bogotá en busca de aprobación, él asintió ante mí mirada.

—Un paso al frente —hablé tomando al hombre del hombro.

—En hora buena, es usted el primer voluntario de la tarde —Nairobi llegó a mi lado para ayudar.

—Siguiente —pedí, Bogotá señaló a un joven con gafas, quien de inmediato empezó a hablar con nerviosismo.

—Miguel Fernández Talanilla de Totana, Murcia —habló con voz extremadamente elevada.

—Vale Miguel —hablé con una mueca ante su tono de voz.

—¿Y, qué haces Miguel? —Bogotá preguntó esta vez.

—Soy becario de operaciones y sistemas —Bogotá me miró confundido al no entenderle al chico—. Informático —Aclaró al notar nuestras miradas.

—No apto —El hombre murmuró hacia mí.

—No apto, siguiente —repetí en voz alta mirando hacia la otra fila.

—Nombre y qué hace aquí —Bogotá le pidió a un hombre con bigote.

—Alfonso, tengo... Tenía una cita con deuda pública —contestó.

—Venga, un paso al frente, enhorabuena, es usted el segundo voluntario —Nairobi llegó a nuestro lado para tomarlo del brazo y hacerlo avanzar.

—Y bonito bigote —Sonreí hacia el hombre antes de seguir a Bogotá.

—Nombre y que hace aquí —repitió la misma frase frente a una mujer bajita.

—Amanda, soy la secretaria del gobernador —contestó.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora