25. Gandía III

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Tokio y yo nos encontrábamos atrapadas, llevábamos un buen rato esperando por los demás cuando el teléfono de emergencias comenzó a timbrar, rogué porque Gandía no se despertará y pudiera contestar, pero como mis deseos siempre parecían no ser escuchados, el escolta se levantó aturdido y se inyectó apenas logró estabilizarse.

—Estos son mis amigos —Tokio habló orgullosa cuando escuchamos el sonido de un taladro.

Gandía caminó con rapidez hacia el teléfono pero cuando contestó ya era demasiado tarde, pues al otro lado del muro Bogotá y Palermo se habían encargado de cortar la comunicación.

—¡Coronel! —El escolta gritó desesperado por el teléfono.

—Ahora sí que estas jodido, cabrón —Tokio se burló de él.

Gandía decidió ignorarnos para comenzar a sacarse las esquirlas que estaban enterradas en diferentes partes de su cuerpo con ayuda de unas pinzas.

—Puto sauna, coño —El hombre se quejó debido al calor.

—¿Tú vas al sauna? —Tokio preguntó con una sonrisa burlona por lo que intenté ahogar mi risa—. Eres un reprimido que se pone cachondo en el vestuario del cuartel, ¿a que si? —Gandía dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

—¿Sabes que tú y yo somos iguales? —Tokio borró la sonrisa de su rostro al verlo cerca de mí rostro—. Solo que estamos en bandos contrarios, puedo ofrecerte trabajo.

—La verdad... preferiría que me ofrecieras un polvo —contesté mordiendo mi labio inferior para provocarlo.

—¿Hay alguna norma que prohíba follar a dos soldados de diferentes bandos? —Tokio me siguió el juego cuando captó que quería ganar tiempo para los demás.

—Eso no es traición, ¿o sí? —Me acerqué a su rostro peligrosamente y por unos pocos segundos lo vi dudar de lo que estaba haciendo.

Sin pensarlo mucho Gandía me tomó de las mejillas y acercó su rostro al mío, intenté contener mis ganas de golpearlo para actuar como si disfrutara de su cercanía.

—¿Tu qué es lo que quieres? —preguntó casi sobre mis labios.

—Yo quiero salir de aquí contigo —Estuve a punto de besarlo cuando su mano tembló sobre mi mejilla por lo que se apartó asustado, agradecí al universo por impedir que lo besara.

Los tres giramos la mirada hacia la puerta cuando escuchamos un sonido metálico sobre esta y vimos chispas salir por todos lados indicándonos que los demás ya estaban cerca.

—Ahora si estás jodido —Tokio habló volviendo a plasmar una sonrisa burlona en sus labios.

—Es la metralla en el cuello —Fingí preocupación por su herida—. Plexo braquial, que es el que controla un montón de músculos del brazo, de la mano, del hombro.

—¿Todo eso sabes tu? —Me miró con cariño al hablar.

—Aprendió esas cosas con el profesor —Tokio se metió a nuestra conversación logrando que él apretara sus puños al escucharla hablar.

—¿Te está costando respirar? —Me incliné hacia él pero las cadenas me retuvieron.

—¿Quieres que te suelte? —preguntó con una pizca de desconfianza en su voz.

—Solo estoy preocupada por ti —Me obligué a lagrimear para que me creyera.

—No llores —Con sus pulgares seco mis lagrimas delicadamente—. Te voy a soltar las manos y me vas a sacar las esquirlas —indicó—. Pero vas a seguir atada del cuello —Mientras explicaba me colocó un candado en la correa que tenía al rededor del cuello.

—¿No confías en mí? —pregunté con un fingido tono de tristeza.

—Aún no lo suficiente —Dejó un beso en mi mejilla que me dieron unas increíbles ganas de vomitar—. Voy a darme la espalda pero mi arma va a estar apuntando a tu amiga todo el tiempo, así que si intentan algo solo tengo que apretar el gatillo y volarle esa cabecita que sabe tantas cosas.

Sin dejarme responder o siquiera reaccionar Gandía me desató las manos, tomé una inhalación profunda antes de disponerme a quitarle la parte superior de su ropa, el escolta se desabrochó la parte delantera de su camisa con la ayuda de su boca, en seguida tomé la camisa de las mangas para terminar de sacar la prenda.

Cuando sus heridas quedaron expuestas me encargué de lavarlas con la ayuda de una esponja y agua, luego tomé unas pinzas y saqué algunas de las esquirlas dejándolas en una bandeja metálica, cosí sus heridas pequeñas hasta que mi mirada se centró en la más preocupante por lo que me detuve.

—Solo falta la del cuello —Avisé acariciando su espalda con la yema de mis dedos.

—¿Cómo lo ves? —preguntó preocupado.

—Se ve bastante mal, puedo llegar a sacarla mal y te quedas paralítico —contesté tranquila.

—Sácala sin miedo, tira hacia arriba sin dudar, confío en ti —Giró su cabeza para dejar un beso en mi mano, luego de darme una mirada que no supe descifrar se giró dándome la espalda.

Tomé las pinzas y acerqué mi mano a su herida, dejé un beso en su cuello mientras le susurraba que todo iba a estar bien, sin que lo notara coloqué las pinzas en la herida pero en lugar de sacar la esquirla la hundí con fuerza logrando que el escolta cayera al suelo.

—Que buena actuación tía —Tokio me halagó sin apartar su mirada del escolta.

—Ya deberían darme mi Oscar —Con ayuda de mis manos intenté quitarme las cadenas pero me fue imposible sin la llave del candado del cuello, decidí entonces esperar pacientemente a que los demás terminaran de atravesar la puerta.

No transcurrieron ni diez minutos cuando la puerta fue abierta con brusquedad, cuando el humo se dispersó un poco logré ver tres figuras masculinas en la entrada.

—Atada como un perro igual te lo cargaste, la puta madre, a ver si tiene pulso el tipo —Palermo habló hacia mí al entrar mientras le indicaba a Helsinki que revisara a Gandía.

—Si tengo pulso si, ah perdona, que te interesa más Gandía —Tokio le respondió de mala gana.

—Gracias por preocuparte por mi imbécil —Le dije a Bogotá al ver que iba hacia Tokio para revisarla primero.

—Cálmate y espera tu turno —respondió con un tono serio poco usual en él por lo que intuí que algo malo había pasado.

—¿Dónde está Nairobi? — le pregunté a Bogotá cuando este me estaba desatando.

—Gandía la mató —susurró evitando mirarme.

Me quedé en shock por unos segundos antes de lanzarme a sus brazos para llorar sin parar, Bogotá me acarició el cabello mientras lloraba sobre mi hombro dejando salir todo su dolor.

—Todo va a estar bien hermana —susurró en mi oído evitando que Tokio y Río escucharan la relación familiar que teníamos.

—Necesito que maten a ese hijo de puta —hablé separándome de él.

—Primero el plan del profesor, después nos encargamos del imbécil que nos arruinó la vida —Me abrazó una última vez antes de salir de la habitación.

Lo seguí con un solo pensamiento corriendo por mi cabeza, hacer que Gandía pagara por todo el dolor que me había causado a mí y ahora a mi hermano.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora