23. Gandía I

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Al llegar al salón principal del banco logré ver a varios escoltas rodeando a Nairobi y Tokio, rápidamente me posicioné en uno de los balcones apuntando a uno de ellos en específico, luego levanté mi careta y el hombre al que estaba apuntando se giró a mirarme.

—La puta que me parió —susurré cuando reconocí a Gandía, él se quedó mirándome más sus gestos no revelaban nada de lo que estaba sintiendo.

Cuando Palermo terminó su estúpido discurso Gandía accedió a bajar las armas lentamente, pero al final como era de esperarse, decidió atacar y terminó disparando hacia Palermo. Sin pensarlo dos veces disparé en su dirección logrando que cayera al suelo debido al impacto de mis balas sobre su chaleco.

—Houston con los escoltas —Estocolmo me ordenó por lo que bajé corriendo las escaleras para arrastrar y esposar a unos tubos a los nombrados.

Helsinki y los demás se dedicaron a ayudar a Palermo, pues Nairobi fue la única que se quedó conmigo para ayudarme.

—Eh, mil leches —Gandía llamó a Nairobi—. Voy a matarte.

—Tienes las manos atadas imbécil —contesté para defender a Nairobi.

—Esa es mi chica —Nairobi me felicitó mientras reía—. Tengo que subir, ¿puedes sola? —preguntó refiriéndose a los escoltas, quienes ya se encontraban esposados a excepción de la única mujer del grupo.

—Si, tranquila, ve a ver qué pasa con Palermo —respondí con una sonrisa por lo que ella subió corriendo las escaleras.

—Eh, tu —Gandía me llamó pero decidí ignorarlo mientras terminaba de esposar a la mujer—. Isabel —insistió llamándome por mi nombre al ver que no pensaba hablarle.

—Vuelve a llamarme así en tu puta vida y te vuelo la cabeza —Lo apunté con mi pistola enojada.

—No recordaba que fueras tan impulsiva —Me miró burlonamente.

—Y yo no recordaba que siempre quisieras hacerte el héroe —Le sonreí cínicamente, aparté mi pistola y me alejé para vigilar a los demás escoltas.

En los siguientes diez minutos Gandía se dedicó a intentar llamar mi atención sin éxito alguno, comencé a exasperarme cuando me llamó por los apodos que solíamos tener cuando éramos algo más que compañeros de trabajo.

—A la mierda —susurré para mí misma antes de sacar mi pistola y disparar cerca de él—. ¡Cállate de una puta vez! —grité enojada.

—Cállame —contestó con una sonrisa burlona, volví a disparar cerca de su cabeza pero el escolta siguió con la misma sonrisa en su rostro—. Creo que deberías practicar tu puntería bonita.

—Yo creo que no —Disparé rozando su brazo logrando que empezara a sangrar levemente.

—¡Que mierda está pasando aquí! —Escuché la voz de Palermo detrás mío.

—Este imbécil que no deja de molestarme —contesté encogiéndome de hombros aunque él no podía verme—. ¿Cómo están tus ojos? —pregunté acercándome por lo que Denver retrocedió para vigilar a los escoltas.

—De puta madre Houston —contestó de mala gana—. ¿Lo conocés? —preguntó refiriéndose a Gandía.

—Fuimos compañeros de trabajo alguna vez —contesté con simpleza.

—Yo creo que fuimos más que eso —Gandía interrumpió nuestra conversación.

—¿A qué mierda se refiere este pelotudo? —Palermo habló incrementando el tono de su voz.

—Quizá si fuimos más que compañeros de trabajo —Mordí mi lengua esperando el grito de Palermo.

—¡La concha de tu hermana! —gritó—. No podés tener mochilitas emocionales, ¿querés que te lo recuerde? —preguntó colocando su mano sobre su pistola a modo de amenaza.

—A mí no me amenaces —susurré para que solo él pudiera escucharme—. Lo tengo más que claro Palermo —Le hice una seña a Denver para que volviera por el argentino. Volví a mi lugar mientras los rehenes bajaban por las escaleras y se posicionaban a ambos extremos del banco.

Decidí ignorar a Gandía, pues lo último que me faltaba es que Palermo creara teorías locas de traición en su cabeza y pusiera a toda la banda en contra mío.

—Isabel —Cerré mis ojos con fuerza cuando volví a escuchar su voz—. Si me sueltas podemos salir de aquí, puedo decir que te obligaron a formar parte de ellos.

—Te recuerdo que tú tienes esposa y un hijo —Me giré a verlo—. Y sería una lástima que algo le pase a Juanito si su padre no cierra la boca.

—Yo sé que tú no quieres hacer esto, ¿qué te prometieron esos mamarrachos? —Volvió a hablar.

—Que te quede claro que si estoy aquí es por mi puta voluntad así que cierra la puta boca si no quieres tener una bala entre las cejas —contesté antes de irme para cambiar de turno con Estocolmo.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora