46. Berlín

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Me encontraba en la cima de las escaleras viendo como Nairobi apartaba sus lágrimas bruscamente mientras Berlín miraba a los rehenes unos escalones más abajo de donde yo estaba.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté en un susurro parándome a su lado.

—Tú escucha y aprende del maestro —contestó con una sonrisa enorme en su rostro.

—Adelante —Señalé con una mano a los rehenes mientras apoyaba mi otra mano en su espalda para empezar a bajar las escaleras.

—Ha llegado la hora de ser prácticos —Comenzó a hablar ganándose toda la atención de los rehenes—. La utopía de la colaboración ha fracasado, Nairobi... —susurró mirándola por lo que ella levantó su dedo para que le diera tiempo.

—¿Estás bien? —pregunté preocupada sin recibir respuesta de su parte.

—Te agradezco que me hayas permitido tomarme un tiempo de descanso de mis obligaciones —Berlín siguió hablando, ganándose una mala mirada de parte de la mujer—. Pero... estamos todos preparados para que yo regrese al mando —Finalizó con una sonrisa tomando mi mano para darle un leve apretón.

—Todo tuyo —Nairobi respondió señalando a los rehenes antes de irse enojada y decepcionada del lugar.

—Este es un momento maravilloso —dijo en voz baja mientras se quitaba la venda de la cabeza.

—Te ayudo —hablé despegando la venda de una mancha de sangre que tenía en su cabello—. Que desagradable —susurré ganándome una mala mirada—. Pero tú eres precioso —Dejé un beso en su mejilla logrando sacarle una sonrisa que intentó ocultar. Cuando la venda ya estuvo fuera de su cabeza acomodé su cabello con cuidado de tocar su herida, él me dio una última sonrisa antes de girarse nuevamente hacia los rehenes—. Berlín —susurré por lo que él se volteó confundido—. Sorprendeme —Dejé un pequeño beso en sus labios para apartarme y ver mejor el espectáculo—. ¡De pie! —grité a lo que los rehenes obedecieron con sus antifaces aún puestos.

Berlín hizo una señal con sus manos por lo que empecé a caminar por una hilera quitando el antifaz de todos los rehenes, él imitó mis acciones en la otra hilera con un gesto de superioridad.

—Os dije que iba a protegeros, ¿verdad? —Empezó a hablar a mitad de la hilera de personas—. Pero he cambiado de idea, mucho más práctico, torturaros —dijo llegando al final de la línea—. En los campos de concentración, el respeto se da por descontado, pues aquí va a pasar lo mismo, vais a picar el túnel, ¡hasta que os sangren las manos! —Todos los rehenes lo miraron asustados—. Por las noches podríais llorar de dolor en vuestro camastro, pero entonces, ¡vais a seguir picando!

—Van a hacer bien sus tareas, o si no les espera un castigo inolvidable —Lo interrumpí caminando para posicionarme a su lado.

—Como a vuestro líder —Señaló burlón a la mitad de los rehenes por lo que todos se giraron de inmediato—. Me gusta tu lado mandón —susurró en mi oído mientras veíamos a Helsinki entrar con Arturito en calzoncillos y con explosivos pegados en su pecho—. Un hombre que si vuelve a traicionar mata, si vuelve a tener ansias de libertad mata, que si suda mucho... —Dejó sus palabras inconclusas al empezar a reírse.

—¡Mata! —Finalicé por él mirando a Arturito burlona—. Eres un hombre con carácter explosivo —hablé para que solo los que estuviesen cerca pudiesen escucharme—. Y con unos calzoncillos muy bonitos.

—Ahora a todos nos vas a dar miedo Arturo, porque, todos siempre hemos sabido que eres la bomba —Berlín me siguió el juego—. Como eres un apestado te vas a quedar aquí aparte —Volvió a su tono serio—. Helsinki y todos los demás, ¡al túnel!

—¡Venga!¡Vamos! —Helsinki dio la orden para que los rehenes empezarán a seguirlo siendo vigilados por Río—. ¡Vamos rápido! —Apuró en tono duro.

—Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac —Berlín empezó a susurrar cada vez más rápido asustando Arturito.

—Boom —susurré fingiendo una explosión con mis manos por lo que Arturo tragó duro y Berlín a mi lado soltó una carcajada.

—¡Río! —llamó—. Lleva a Arturito a un lugar cómodo —Señaló al nombrado con su cabeza.

Río asintió y se llevó al hombre a otra habitación, cuando los dos nos quedamos solos en el lugar nos volteamos a mirar para reírnos.

—Eso estuvo genial —dije con una sonrisa acercándome para tomar su mano.

—Tú estuviste genial —contestó acercándome por la cintura.

—Gracias abuelito —susurré burlonamente cerca de sus labios.

—No soy un abuelo —Se quejó rozando sus labios con los míos—. Simplemente eres un poco más joven.

—Tan joven que podría ser tu hija —susurré antes de finalmente unir nuestros labios.

Sentí a Berlín tomarme fuertemente de la cintura mientras intensificaba el beso, yo simplemente me dediqué a acariciar su cabello dejándome llevar.

—Deberíamos terminar esto arriba —dijo entre besos, de inmediato me aparté de él poniendo una mano en su pecho.

—Deberíamos ponernos a trabajar en esos bellos billetes —Le sonreí apartando sus manos de mi cintura.

—Que aburrida —habló en voz baja pero alcancé a escucharlo.

—Aburrido tú, anciano —Bufé empezando a subir las escaleras de dos en dos.

—¡Ya no es gracioso Potsdam! —gritó por lo que me giré y le saqué la lengua infantilmente antes de desaparecer por un pasillo dejándolo con una sonrisa boba en sus labios.

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora