Encuentro, Charlie Tango!

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He sobrevivido al tercer día post-Lauren, y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme de todo el caos mental de estos últimos días. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Patrick . El señor Patrick White de... se apoya en mi mesa, y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.

—Un trabajo excelente, Mila. Me parece que formaremos un gran equipo.

Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.

—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.

—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.

—Buenas tardes, Patrick.

—Buenas tardes, Mila.

Recojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando cómo será estar sin mi querido Wanda, mi viejo Escarabajo... o sin el Audi.

Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en ella. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que ella ha sido muy generosa con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea posible. No puedo pensar en ella. No quiero empezar a llorar otra vez... en plena calle, no.

El apartamento está vacío. Echo de menos a Dinah, y la imagino tumbada en una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la pantalla plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni la escucho ni la miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy entumecida. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto?

El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.

—Un paquete para la señorita Cabello—contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.

Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.

Felicidades por tu primer día en el trabajo.Espero que haya ido bien.Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.Ocupa un lugar preferente en mi mesa.Lauren 


Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Lauren ha tenido muy poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy hacia la cocina, diligente, a buscar un jarrón.

Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar de dormir. No consigo huir de ella ni en sueños. Sus ardientes ojos verdes, su mirada perdida, su cabello negro y brillante, todo me persigue. Y la música... tanta música... no soporto oír ningún tipo de música. Procuro evitarla a toda costa. Incluso las melodías de los anuncios me hacen temblar.

No he hablado con nadie, ni siquiera con mi madre, ni con Alejandro. Ahora mismo soy incapaz de tener una conversación banal. No, no quiero nada de eso. Me he convertido en mi propia isla independiente. Una tierra saqueada y devastada por la guerra, donde no crece nada y cuyo porvenir es inhóspito. Sí, esa soy yo. Puedo interactuar de forma impersonal en el trabajo, pero nada más. Si hablo con mamá, sé que acabaré más destrozada aún... y ya no me queda nada pordestrozar.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora