¿Un pastel de chocolate?

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—Quiero hacerte el amor —dice, mirándome fijamente.

Mientras me abrazo a ella y me rindo de nuevo al éxtasis liberador, Lauren se deja ir en mis brazos, con la cabeza echada hacia atrás y gritando mi nombre. Ella me estrecha contra su pecho y permanecemos sentadas nariz contra nariz en medio de su cama inmensa, yo a horcajadas sobre ella. Y en este momento, este momento de felicidad con esta mujer y su música, la intensidad de mi experiencia de esta mañana con ella  aquí, y de todo lo que ha pasado durante la última semana, me abruma de nuevo, no solo física sino también emocionalmente. Me siento por completo superada por todas estas sensaciones. Estoy profundamente enamorada de ella. Y por primera vez alcanzo a entrever y comprender lo que ella siente en relación con mi seguridad.

Al recordar que ayer estuve a punto de perderla, me echo a temblar y los ojos se me llenan de lágrimas. Si le hubiera pasado algo... la amo tanto. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas. Hay tantas facetas en Lauren: su personalidad dulce y amable, y su vertiente dominante, ese lado agreste y brusco de « Yo puedo hacer lo que me plazca contigo y tú me seguirás como un perrito» ... sus cincuenta sombras, todo ella. Toda espectacular. Toda mía. Y soy consciente de que aún no nos conocemos bien, y de que tenemos que superar un montón de cosas. Pero sé que las dos lo deseamos... y que dispondremos de toda la vida para ello.

—Eh —musita, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome intensamente. Sigue dentro de mí—. ¿Por qué lloras? —dice con la voz preñada de preocupación.

—Porque te quiero tanto —susurro.

Ella absorbe mis palabras con los ojos entrecerrados, como drogada. Y cuando vuelve a abrirlos, arden de amor.

—Y yo a ti, Camz. Tú me... completas.

Y me besa con ternura mientras Roberta Flacktermina su canción.



Hemos hablado y hablado y hablado, sentadas juntas sobre la cama del cuarto de juegos, yo sobre su regazo y rodeándonos con las piernas mutuamente. La sábana de satén rojo nos envuelve como si fuera un refugio majestuoso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Lauren está riéndose de mi imitación de Dinah durante la sesión de fotos en el Heathman.

—Pensar que podría haber sido ella quien me entrevistara. Gracias a Dios que existen los resfriados —murmura, y me besa la nariz.

—Creo que tenía la gripe, Lauren—le riño, y dejo que mis dedos deambulen a través de sus pechos y sobre su abdomen bien trabajado, maravillada de que lo esté tolerando tan bien—. Todas las varas han desaparecido —murmuro, recordando que eso me llamó antes la atención.

Ella me recoge el pelo detrás de la oreja por enésima vez.

—No creí que llegaras a pasar nunca ese límite infranqueable.
—No, no creo que lo haga —susurro con los ojos muy abiertos, y luego dirijo la vista hacia los látigos, las palas y las correas alineados en la pared de enfrente.

Ella mira en la misma dirección.

—¿Quieres que me deshaga de todo eso también? —dice en tono irónico, pero sincera.

—De esa fusta no... la marrón. Ni del látigo de tiras de ante.

Me ruborizo.

Ella me mira y sonríe.

—De acuerdo, la fusta y el látigo de tiras. Vaya, señorita Cabello, es usted una caja de sorpresas.

—Y usted también, señora Jauregui. Esa es una de las cosas que adoro de ti.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora