Fe y Paciencia

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—Sam—dice sin más, y luego escucha.

Estamos paradas en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.

La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me pregunto si incluirán el acoso de ex sumisas, a ex amas despampanantes y a una mujer que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Estados Unidos.

—¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo?

Lauren interrumpe mis ensoñaciones.

Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.

—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo. ¿Es que no siente nada por ella? —Lauren, disgustada, menea la cabeza—. Esto empieza a cuadrar... no... explica el porqué, pero no dónde.

Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.

—Ella está aquí —continúa Lauren—. Nos está vigilando... Sí... No. Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día... Todavía no he abordado eso.

Lauren me mira directamente.

¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.

—Qué... —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo. ¿Cuándo?... ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?... ¿Sin antecedentes?... Ya. Envíame un e-mail con el nombre, la dirección y fotos si las tienes... las veinticuatro horas del día, a partir de esta tarde. Ponte en contacto con Morgan.

Cuelga.

—¿Y bien? —pregunto, exasperada.

¿Va a explicármelo?

—Era Sam.

—¿Quién es Sam?

—Mi asesor de seguridad.

—Vale. ¿Qué ha pasado?

—Alexa dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.

—Oh.

—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadada—. El dolor... ese es el problema. Vamos.

Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida la retiro.

—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre « nosotras» . Sobre ella, tu señora Robinson.

Lauren endurece el gesto.

—No es mi señora Robinson. Podemos hablar de esto en mi casa.

—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.

Si pudiera concentrarme solo en eso...

Ella vuelve a sacarse la BlackBerry del bolsillo y marca un número.

—Amber, Lauren Jáuregui. Quiero a Antón en mi casa dentro de una hora. Consúltalo con la señora Issartel... Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.

—¡Lauren...! —farfullo, exasperada.

—Camila, es evidente que Alexa sufre un brote psicótico. No sé si va detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesta a llegar. Iremos a tu casa, recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora