Rosas y Chocolates

30 2 0
                                    


—Buenas noches, John, Emma.

—Felicidades otra vez, Mila. Serán muy felices juntas.

El doctor Flynn nos sonríe con afecto cuando, cogidos del brazo, nos despedimos de él y de Emma en el vestíbulo.

—Buenas noches.

Lauren cierra la puerta, sacude la cabeza, y me mira de repente con unos ojos brillantes por la emoción.

¿Qué se propone?

—Solo queda la familia. Me parece que mi madre ha bebido demasiado.

Clara está cantando con una consola de karaoke en la sala familiar. Dinah y Taylor no paran de animarla.

—¿Y la culpas por ello?

Le sonrío con complicidad, intentando mantener el buen ambiente entre ambas. Con éxito.

—¿Se está riendo de mí, señorita Cabello?

—Así es.

—Un día memorable.

—Lauren, últimamente todos los días que paso contigo son memorables — digo en tono mordaz.

—Buena puntualización, señorita Cabello. Ven, quiero enseñarte una cosa.

Me da la mano y me conduce a través de la casa hasta la cocina, donde Mike, Seth y Chris hablan de los Mariners, beben los últimos cócteles y comen los restos del festín.

—¿Vas a dar un paseo? —insinúa Chris burlón cuando cruzamos las puertas acristaladas.

Lauren no le hace caso. Mike le pone mala cara a Chris, moviendo la cabeza con un mudo reproche.

Mientras subimos los escalones hasta el jardín, me quito los zapatos. La media luna brilla resplandeciente sobre la bahía. Reluce intensamente, proyectando infinitas sombras y matices de gris a nuestro alrededor, mientras las luces de Seattle centellean a lo lejos. La casita del embarcadero está iluminada, como un faro que refulge suavemente bajo el frío halo de la luna.

—Lauren, mañana me gustaría ir a la iglesia.

—¿Ah?

—Recé para que volvieras a casa con vida, y así ha sido. Es lo mínimo que puedo hacer.

—De acuerdo.

Deambulamos de la mano durante un rato, envueltos en un silencio relajante. Y entonces se me ocurre preguntarle:

—¿Dónde vas a poner las fotos que me hizo Shawn?

—Pensé que podríamos colgarlas en la casa nueva.

—¿La has comprado?

Se detiene para mirarme fijamente, y dice en un tono lleno de preocupación:

—Sí, creí que te gustaba.

—Me gusta. ¿Cuándo la has comprado?

—Ayer por la mañana. Ahora tenemos que decidir qué hacer con ella — murmura aliviada.

—No la eches abajo. Por favor. Es una casa preciosa. Solo necesita que la cuiden con amor y cariño.

Lauren me mira y sonríe.

—De acuerdo. Hablaré con Chris. Él conoce a una arquitecta muy buena que me hizo unas obras en Aspen. Él puede encargarse de la reforma.

De pronto me quedo sin aliento, recordando la última vez que cruzamos el jardín bajo la luz de la luna en dirección a la casita del embarcadero. Oh, quizá sea allí adonde vamos ahora. Sonrío.

—¿Qué pasa?

—Me estaba acordando de la última vez que me llevaste a la casita del embarcadero.

A Lauren se le escapa la risa.

—Oh, aquello fue muy divertido. De hecho...

Y de repente se me carga al hombro, y yo chillo, aunque no creo que vayamos demasiado lejos.

—Estabas muy enfadada, si no recuerdo mal —digo jadeante.

—Camila, yo siempre estoy muy enfadada.

—No, no es verdad.

Ella me da un cachete en el trasero y se detiene frente a la puerta de madera. Me baja deslizándome por su cuerpo hasta dejarme en el suelo, y me coge la cabeza entre las manos.

—No, ya no.

Se inclina y me besa con fuerza. Cuando se aparta, me falta el aire y el deseo domina mi cuerpo.

Baja los ojos hacia mí, y el resplandor luminoso que sale de la casita del embarcadero me permite ver que está ansiosa. Mi mujer ansiosa, no una dama en blanco ni oscuro, sino una mujer: una mujer hermosa y ya no tan destrozada a la que amo. Levanto la mano y le acaricio la cara. Deslizo los dedos sobre sus mejillas y por la mandíbula hasta el mentón, y dejo que mi dedo índice le acaricie los labios. Ella se relaja.

—Tengo que enseñarte una cosa aquí dentro —murmura, y abre la puerta.

La cruda luz de los fluorescentes ilumina la impresionante lancha motora, que se mece suavemente en las aguas oscuras del muelle. A su lado se ve un pequeño bote de remos.

—Ven.

Lauren toma mi mano y me conduce por los escalones de madera. Al llegar arriba, abre la puerta y se aparta para dejarme entrar.

Me quedo con la boca abierta. La buhardilla está irreconocible. La habitación está llena de flores... hay flores por todas partes. Alguien ha creado un maravilloso emparrado de preciosas flores silvestres, entremezcladas con centelleantes luces navideñas y farolillos que inundan la habitación de un fulgor pálido y tenue.

Vuelvo la cara para mirarla, y ella me está observando con una expresión inescrutable. Se encoge de hombros.

—Querías flores y corazones —murmura.

Apenas puedo creer lo que estoy viendo.

—Mi corazón ya lo tienes. —Y hace un gesto abarcando la habitación.

—Y aquí están las flores —susurro, terminando la frase por ella—. Lauren, es precioso.

No se me ocurre qué más decir. Tengo un nudo en la garganta y las lágrimas inundan mis ojos.

Tirando suavemente de mi mano me hace entrar y, antes de que pueda darme cuenta, la tengo frente a mí con una rodilla hincada en el suelo. ¡Dios santo... esto sí que no me lo esperaba! Me quedo sin respiración.

Ella saca un anillo del bolsillo interior de la chaqueta y levanta sus hermosos ojos verdes hacia mí, brillantes, sinceros y cargados de emoción.

—Camila Cabello. Te quiero. Quiero amarte, honrarte y protegerte durante el resto de mi vida. Sé mía. Para siempre. Comparte tu vida conmigo. Cásate conmigo.

La miro parpadeando, y las lágrimas empiezan a resbalar por mis mejillas. Mi Cincuenta, mi mujer. La quiero tanto. Me invade una inmensa oleada de emoción, y lo único que soy capaz de decir es:

—Sí.

Ella sonríe, aliviada, y desliza lentamente el anillo en mi dedo. Es un precioso diamante ovalado sobre un aro de platino. Uau, es grande... Grande, pero simple, deslumbrante en su simplicidad.

—Oh, Lauren —sollozo, abrumada de pronto por tanta felicidad.

Me arrodillo a su lado, hundo las manos en su cabello y la beso. La beso con todo mi corazón y mi alma. Beso a esta mujer hermosa que me quiere tanto como yo la quiero a ella; y ella me envuelve en sus brazos, y pone las manos sobre mi pelo y la boca sobre mis labios. Y en el fondo de mi ser sé que siempre seré suya, y que ella siempre será mía. Juntas hemos llegado muy lejos, y tenemos que llegar aún más lejos, pero estamos hechos la una para la otra. Estamos predestinadas.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora