Menuda lista

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Antón es bajito, moreno y gay. Me encanta.

—¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento italiano escandaloso y probablemente falso.

Apuesto a que es de Baltimore o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Lauren  nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar con una silla de su habitación.

—Os dejo solos —masculla.

—Grazie, señora Jáuregui. —Antón se vuelve hacia mí—. Bene, Camila, ¿qué haremos contigo?


Lauren está sentada en su sofá, revisando algo que parecen hojas de cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Es desgarrador. Lauren levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.

—¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Antón, entusiasmado.

—Estás preciosa, Camz—dice Lauren, visiblemente complacida.

—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Antón.

Lauren se levanta y se acerca a nosotros.

—Gracias, Antón.

Antón se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.

—¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissima Mila!

Me echo a reír, ligeramente avergonzada por esa familiaridad. Lauren le acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.

—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia mí con una mirada centelleante.

Coge un mechón entre los dedos.

—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadada conmigo?

Asiento y sonríe.

—¿Por qué estás enfadada, concretamente?

Pongo los ojos en blanco.

—¿Quieres una lista?

—¿Hay una lista?

—Y una muy larga.

—¿Podemos hablarlo en la cama?

—No —digo con un mohín infantil.

—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade con una sonrisa lasciva.

—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.

Ella reprime una sonrisa.

—¿Qué te molesta concretamente, señorita Cabello? Suéltalo, venga habla conmigo.

Muy bien.

—¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar a todas tus amantes para que las depilaran, el que me cargaras a hombros en plena calle como si tuviera seis años... y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora Robinson te tocara!

Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.

Ella levanta las cejas, y su buen humor desaparece.

—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora Robinson.

—Ella puede tocarte —repito.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora