Señora Robinson

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Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazada a Lauren Jáuregui, desnuda. Aunque está profundamente dormida, me tiene sujeta entre sus brazos. La débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho, la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.

Levanto un poco la cabeza, temerosa de despertarla. Parece tan joven, y duerme tan relajada, tan absolutamente hermosa. No puedo creer que este diosa sea mía, toda mía.

Mmm... Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los dedos sobre su abdomen, y ella no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es realmente mía... durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre ella y beso tiernamente una de sus cicatrices. Ella gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le beso otra y abre los ojos.

—Hola —digo con una sonrisita culpable.

—Hola —contesta recelosa—. ¿Qué estás haciendo?

—Mirarte.

Deslizo los dedos siguiendo el rastro hacia su entrepiernas. Ella atrapa mi mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Lauren satisfecha. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.

Oh... ¿por qué no me dejarás tocarte?

De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.

—Me parece que ha estado haciendo algo malo, señorita Cabello —me acusa, pero sin perder la sonrisa.

—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.

—¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno? —pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor.

Clava su erección en mí y yo levanto la pelvis para acogerla.

—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.


Estoy de pie delante de mi cómoda, mirándome al espejo e intentando dar algo de forma a mi pelo... pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una camiseta, y detrás de mí Lauren, recién duchada, se está vistiendo. Contemplo ávidamente su cuerpo su perfecto cuerpo.

—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.

—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.

—¿Qué haces?

—Correr, pesas, kickboxing...

Se encoge de hombros.

—¿Kickboxing?

—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Petter. Es muy bueno. Te gustará.

Me doy la vuelta para mirarla, mientras empieza a poner la camiseta blanca.

—¿Qué quieres decir con que me gustará?

—Te gustará como entrenador.

—¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma —le digo en broma.

Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus hermosos ojos verdes llenos de complicidad se encuentran con los míos en el espejo.

—Pero, Camz, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado. Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí... el cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí?

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora