Regalo de Cumpleaños II

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Lauren se para delante del cuarto de juegos.

—¿Estás segura de esto? —pregunta con una mirada ardorosa, pero llena de ansiedad.

—Sí —murmuro, y le sonrío con timidez.

Su expresión se dulcifica.

—¿Hay algo que no quieras hacer?

Estas preguntas inesperadas me descolocan, y mi mente empieza a dar vueltas. Se me ocurre una idea.

—No quiero que me hagas fotografías.

Se queda quieta, y se le endurece el gesto. Ladea la cabeza y me mira con suspicacia.

Oh, no. Tengo la impresión de que va a preguntarme por qué, pero afortunadamente no lo hace.

—De acuerdo —murmura.

Frunce el ceño, abre la puerta y se aparta para hacerme pasar a la habitación. Cuando ella entra detrás y cierra, siento sus ojos sobre mí.

Deja la cajita del regalo sobre la cómoda, saca el iPod y lo enciende. Luego pasa la mano frente al equipo de sonido de la pared, y los cristales ahumados se abren suavemente. Pulsa varios botones, y el sonido de un metro resuena en la habitación. Ella baja el volumen, de manera que el compás electrónico lento, hipnótico, que se oye seguidamente se convierte en ambiental. Empieza a cantar una mujer que no sé quién es, pero su voz es suave aunque rasposa, y el ritmo contenido y deliberadamente... erótico. Oh, Dios: es música para hacer el amor.

Lauren se da la vuelta para mirarme. Yo estoy de pie en medio del cuarto, con el corazón palpitante y la sangre hirviendo en mis venas al ritmo del seductor compás de la música... o esa es la sensación que tengo. Ella se me acerca despacio con aire indolente, y me coge de la barbilla para que deje de morderme el labio.

—¿Qué quieres hacer, Camila? —murmura, y me da un recatado beso en la comisura de la boca, sin dejar de retenerme el mentón entre los dedos.

—Es tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras —musito.

Ella pasa el pulgar sobre mi labio inferior, y arquea una ceja.

—¿Estamos aquí porque tú crees que yo quiero estar aquí?

Pronuncia esas palabras en voz muy baja, sin dejar de observarme atentamente.

—No —murmuro—. Yo también quiero estar aquí.

Su mirada se oscurece, volviéndose más audaz a medida que asimila mi respuesta. Después de una pausa eterna, habla.

—Ah, son tantas las posibilidades, señorita Cabello. —Su tono es grave, excitado—. Pero empecemos por desnudarte.

Tira del cinturón de la bata, que se abre para dejar a la vista el camisón de satén. Luego da un paso atrás y se sienta con total tranquilidad en el brazo del sofá Chesterfield.

—Quítate la ropa. Despacio.

Me dirige una mirada sensual, desafiante.

Trago saliva compulsivamente y junto los muslos. Ya siento humedad entre las piernas. La diosa que llevo dentro está ya en la cola, totalmente desnuda, dispuesta, esperando y suplicándome para que le siga el juego. Yo me echo la bata sobre los hombros, sin dejar de mirarle a los ojos, los levanto con un suave movimiento y dejo que la prenda caiga en cascada al suelo. Sus fascinantes ojos verdes arden, arden de deseo y se pasa el dedo índice sobre los labios con la mirada muy fija en mí.

Dejo que los finísimos tirantes de mi camisón se deslicen por mis hombros, le miro intensamente un momento, y luego lo dejo caer. El camisón resbala lentamente sobre mi cuerpo, hasta quedar desparramado a mis pies. Estoy desnuda, prácticamente jadeante y... oh, tan dispuesta...

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora