Me despierto sobresaltada de un sueño convulso y me quedo momentáneamente desorientada. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía de piano.
¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá dormido algo Lauren? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda en las piernas, bajo de la cama.
Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Lauren está absorta en la música. Parece tranquila y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es muy compleja. Es una intérprete maravillosa ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello?
La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Ella levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos verdes esmeraldas se iluminan bajo el difuso resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar.
—¿Por qué paras? Era precioso.
—¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz baja.
Oh.
—Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano.
La acepto, ella tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me recorre la columna.
—¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo.
Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se enardece.
—Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozuda y cascarrabias y gruñona ha y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello.
Ella baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe.
—Soy todas esas cosas, señorita Cabello. Me asombra que me soporte. —Me mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.
—No tengo ni idea.
—Yo tampoco.
Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el cuerpo, los senos. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo el satén. Ella sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera.
—Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto.
Tira suavemente de mi vello público y me provoca un gemido, mientras con la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi camisón, con delicadeza, despacio, seductora. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el interior del muslo.
De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos.
—Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre el piano.
Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y agudas.
Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa... Cuando me besa el interior de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta el muslo. Aparta la suave tela de satén del camisón, que se desliza hacia arriba sobre mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes. Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a ella.
Me besa... ahí... Oh, Dios... ahora sopla ligeramente antes de trazar círculos con la lengua en mi clítoris. Empuja para separarme más las piernas, y yo me siento tan abierta... tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso... sin piedad. Yo alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo.
—Oh, Lauren, por favor —gimo.
—Ah, no, Camz, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me acelero al ritmo de ella, y entonces se detiene.
—No —gimoteo.
—Esta es mi venganza, Camz—gruñe suavemente—. Si discutes conmigo, encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo.
Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la lengua, mientras sus manos —y sus pulgares... oh, sus pulgares— llegan a la cúspide de mis muslos.
—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.
El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus caricias. Es casi insoportable.
—¡Lauren! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.
Ella se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y Ella también se sube. Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, la miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnuda. ¿Cuándo se ha quitado la ropa?
Ella baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y pasión, y resulta embriagador.
—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en mí.
Estoy tumbada sobre ella, exhausta, siento las extremidades pesadas y lánguidas. Ambas estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar encima de Lauren que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la mejilla en él y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.
—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida.
—Qué pregunta tan rara —dice también adormilada.
—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que no sabía si te apetecería.
—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Camz. Aunque a lo mejor debería probar el té.
Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.
—La verdad es que sabemos muy poco la una de la otra —murmuro.
—Lo sé —dice en tono afligido.
Me siento y la miro fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Ella mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable. Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy seria.
—Te quiero, Camila Cabello —dice.
—Te Quiero, Lauren Jáuregui....
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Atormentada por las sombras II - Camren
FanfictionContinuación de una de las historias mas intensas que he leído, fuera de lo sexual.