¿Dónde firmo?

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—Te necesito más a ti, Camila. Estos últimos días han sido infernales. Todos mis instintos me dicen que te deje marchar, que no te merezco.

» Esas fotos que te hizo ese chico... comprendo cómo te ve. Estás tan guapa y se te ve tan relajada... No es que ahora no estés preciosa, pero estás aquí sentada y veo tu dolor. Es duro saber que he sido yo quien te ha hecho sentir así.»

» Pero yo soy una mujer egoísta. Te deseé desde que apareciste en mi despacho. Eres exquisita, sincera, cálida, fuerte, lista, seductoramente inocente; la lista es infinita. Me tienes cautivada. Te deseo, e imaginar que te posea otro es como si un cuchillo hurgara en mi alma oscura.»

Se me seca la boca. Dios... Si esto no es una declaración de amor, no sé qué es. Y las palabras surgen a borbotones de mi boca, como de una presa que revienta.

—Lauren, ¿por qué piensas que tienes un alma oscura? Yo nunca lo diría. Triste quizá, pero eres una buena mujer. Lo noto... eres generosa, eres amable, y nunca me has mentido. Y yo no lo he intentado realmente en serio.

» El sábado pasado fue una terrible conmoción para todo mi ser. Fue como si sonara la alarma y despertara: me di cuenta de que hasta entonces tú habías sido condescendiente conmigo y de que yo no podía ser la persona que tú querías que fuera. Luego, después de marcharme, caí en la cuenta de que el daño que me habías infligido no era tan malo como el dolor de perderte. Yo quiero complacerte, pero es duro.

—Tú me complaces siempre —susurra—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo Camila?

—Nunca sé qué estás pensando. A veces te cierras tanto... como una isla. Me intimidas. Por eso me callo. No sé de qué humor vas a estar. Pasas del negro al blanco y de nuevo al negro en una fracción de segundo. Eso me confunde, me desconcierta, y no me dejas tocarte, y yo tengo un inmenso deseo de demostrarte cuánto te quiero.

Ella me mira en la oscuridad y parpadea, con recelo creo, y ya no soy capaz de contenerme más. Me desabrocho el cinturón y me coloco en su regazo, por sorpresa, y le cojo la cabeza con ambas manos.

—Te quiero, Lauren Jáuregui. Y tú estás dispuesta a hacer todo esto por mí. Soy yo quien no lo merece, y lo único que lamento es no poder hacer todas esas cosas por ti. A lo mejor, con el tiempo... pero sí, acepto tu proposición. ¿Dónde firmo?

Ella desliza sus brazos a mi alrededor y me estrecha contra sí.

—Oh, Camz —gime, y hunde la nariz en mi cabello.

Permanecemos sentadas, abrazándonos mutuamente, escuchando la música del coche... una pieza de piano relajante... reflejo de nuestros sentimientos, la dulce calma después de la tormenta. Me acurruco en sus brazos, apoyo la cabeza en el hueco de su cuello.

—Que me toques es un límite infranqueable para mí, Camila —murmura.

—Lo sé. Me gustaría entender por qué.

Al cabo de un momento, suspira y dice en voz baja:

—Tuve una infancia espantosa. Uno de los chulos de la puta adicta al crack... —Se le quiebra la voz, y su cuerpo se tensa al recordar algún terror inimaginable—. No puedo recordar aquello —susurra, estremeciéndose.

De pronto se me encoge el corazón al recordar esas horribles marcas de quemaduras que tiene en la piel. Oh, Lauren. Me abrazo a su cuello con más fuerza.

—¿Te maltrataba? ¿Tu madre? —le digo con voz queda y preñada de lágrimas.

—No, que yo recuerde. No se ocupaba de mí. No me protegía de su chulo. — Resopla—. Creo que era yo quien la cuidaba a ella. Cuando al final consiguió matarse, pasaron cuatro días hasta que alguien avisó y nos encontraron... eso lo recuerdo.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora