Limites!

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Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Lauren sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.

Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Lauren. Apuesto a que aquí hay más temas seleccionados por Alexa, y me da terror pensarlo.

¿Dónde estará ella?, me pregunto. ¿Qué quiere?

Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.

Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé... no parece muy del gusto de Lauren. « Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón y subo el volumen.

Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.

Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y —¡sí!— guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir.

Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Lauren? Quizá todos las personas ricas sean así, bueno no creo que todas pero si en su mayoría. No lo sé. Puede que no sea una revelación tan importante.

Ojalá Dinah estuviera en casa; ella lo sabría. Lleva demasiado tiempo en Barbados. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas vacaciones extra con Chris. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción sexual mutua.

« Una de las cosas que adoro de ti.»

Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la señora Robinson... una sonrisa genuina, de corazón, de oreja a oreja.

Lauren me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.

—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—. Qué bien huele tu pelo.

Hunde la nariz e inspira profundamente.

El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.

—Sigo enfadada.

Frunce el ceño.

—¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el pelo.

Me encojo de hombros.

—Por lo menos hasta que comamos.

Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la encimera y apaga la música.

—¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.

Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue ella: la Chica Fantasma.

—¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?

—Bueno, visto a posteriori, probablemente —dice en tono inexpresivo.

Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.

—¿Por qué la tienes todavía?

—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.

—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora