No puedo reprimir el júbilo. Mi subconsciente me mira con la boca abierta, en silencio, atónita, y, con una amplia sonrisa grabada en la cara, levanto la vista anhelante hacia los ojos torturados de Lauren.
Su expresión tierna y dulce, como si buscara absolución, me conmueve a un nivel profundo y primario; sus dos pequeñas palabras son como maná celestial. Siento de nuevo el escozor del llanto en los ojos. Sí, me quieres. Sé que me quieres.
Ser consciente de ello es muy liberador, como si me hubiera deshecho de un peso aplastante. Esta mujer hermosa y herida, a quien un día consideré mi heroína romántica —fuerte, solitaria, misteriosa—, posee todos esos rasgos, pero también es frágil e inestable, y llena de odio hacia sí mismo. Mi corazón está rebosante de alegría, pero también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo bastante grande para las dos. Confío... en que sea lo bastante grande para las dos.
Alzo la mano para tocar su querido y apuesto rostro, y la beso con dulzura, vertiendo todo el amor que siento en esta cariñosa caricia. Quiero devorarla bajo esta cascada de agua caliente. Lauren gime y me rodea entre sus brazos, y se aferra a mí como si fuera el aire que necesita para respirar.
—Oh, Camz—musita con voz ronca—. Te deseo, pero no aquí.
—Sí —murmuro febril junto a su boca.
Cierra el grifo de la ducha y me da la mano, me lleva fuera y me envuelve con el albornoz. Coge una toalla, se la anuda en la cintura, y luego con otra más pequeña empieza a secarme el pelo cuidadosamente. Cuando se da por satisfecha, me pone la toalla alrededor de la cabeza, de modo que en el enorme espejo que hay sobre el lavamanos parece que lleve un velo. Ella está detrás de mí y nuestras miradas convergen en el espejo, verde ardiente contra café brillante, y se me ocurre una idea.
—¿Puedo corresponderte? —pregunto.
Ella asiente, aunque frunce ligeramente el ceño. Cojo otra toalla esponjosa del montón que hay apilado junto al tocador, me pongo de puntillas a su lado y empiezo a secarle el pelo. Ella se inclina hacia delante para facilitarme la tarea, y cuando capto ocasionalmente su mirada bajo la toalla, veo que me sonríe como una cría.
—Hace mucho tiempo que nadie me hacía esto. Mucho tiempo —susurra, y entonces tuerce el gesto—. De hecho, no creo que nadie me haya secado nunca el pelo.
—Seguro que Clara sí lo hacía. ¿No te secaba el pelo cuando eras pequeña?
Niega con la cabeza, dificultándome la labor.
—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, aunque le resultara doloroso. Fui una niña muy autosuficiente —dice en voz baja.
Siento una punzada en el pecho al pensar en aquella cría de cabello negro que se ocupaba de sí misma porque a nadie más le importaba. Es una idea terriblemente triste. Pero no quiero que mi melancolía me prive de esta intimidad floreciente.
—Bueno, me siento honrada —bromeo en tono cariñoso.
—Puede estarlo, señorita Cabello. O quizá sea yo la honrada.
—Eso ni lo dude, señora Jáuregui —replico.
Termino de secarle el cabello, cojo otra toalla pequeña y me coloco detrás de ella. Nuestros ojos vuelven a encontrarse en el espejo, y su mirada atenta e intrigada me impulsa a hablar.
—¿Puedo probar una cosa?
Al cabo de un momento, asiente. Con cautela, muy dulcemente, hago que la toalla descienda con suavidad por su brazo izquierdo, secando el agua que empapa su piel. Levanto la vista y escruto su expresión en el espejo. Parpadea y me mira con sus ojos verdes ardientes.
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Atormentada por las sombras II - Camren
Hayran KurguContinuación de una de las historias mas intensas que he leído, fuera de lo sexual.