Fe y Paciencia....

51 4 0
                                    

Me despierto de golpe. Tengo la cabeza embotada y demasiado calor. Lauren está aferrada a mí como la hiedra. Gruñe suavemente en sueños mientras me libero de sus brazos, pero no se despierta. Me incorporo y echo un vistazo al despertador. Son las tres de la madrugada. Necesito un analgésico y beber algo. Saco las piernas de la cama y me dirijo a la cocina.

Encuentro un envase de zumo de naranja en la nevera y me sirvo un vaso. Mmm... está delicioso, y el embotamiento mental desaparece al instante. Rebusco en los cajones algún calmante y al final doy con una caja de plástico llena de medicamentos. Me tomo dos analgésicos y me sirvo otro vaso de zumo de naranja.

Me acerco a la enorme pared acristalada y contemplo cómo duerme Seattle. Las luces brillan y parpadean a los pies del castillo de Lauren en el cielo, ¿o debería decir fortaleza? Presiono la frente contra el frío cristal, y siento cierto alivio. Tengo tanto en lo que pensar después de todas las revelaciones de ayer. Apoyo la espalda en el vidrio y me deslizo hasta el suelo. El salón en penumbra se ve inmenso y tenebroso, con la única luz procedente de las tres lámparas suspendidas sobre la isla de la cocina.

¿Podría vivir aquí, casada con Lauren? ¿Después de todo lo que ella ha hecho entre estas paredes? ¿Con toda esa carga de su pasado que alberga este lugar? ¿Realmente podre vivir aquí con todo lo que se?

Matrimonio... Resulta algo casi inconcebible y totalmente inesperado. Pero también es verdad que todo lo referido a Lauren es inesperado. Y, ante esa evidencia, aparece en mis labios una sonrisa irónica. Lauren Jáuregui, esperar lo inesperado... las cincuenta sombras de una existencia destrozada.

Mi sonrisa desaparece. Me parezco a su madre. Eso me duele en lo más profundo, y repentinamente me quedo sin aire en los pulmones. Todas nos parecemos a su madre.

¿Cómo demonios voy a actuar después de conocer este pequeño secreto? No me extraña que no quisiera decírmelo. Pero la verdad es que ella no puede acordarse mucho de su madre. Me pregunto una vez más si debería hablar con el doctor Flynn. ¿Me lo permitiría Lauren? Quizá él podría ayudarme a llenar las lagunas que me faltan.

Sacudo la cabeza. Me siento exhausta emocionalmente, pero disfruto de la tranquila serenidad del salón y de sus preciosas obras de arte; frías y austeras, pero con un estilo propio, también hermosas en la penumbra y seguramente valiosísimas. ¿Podría yo vivir aquí? ¿En lo bueno y en lo malo? ¿En la salud y en la enfermedad? ¿En la riqueza y la pobreza? bueno en la riqueza, podre acostumbrarme a vivir de esta manera, sin preocuparme de lo económico, mientras alguien mas prepara mi lunch, Ay esto es abrumador, Cierro los ojos, apoyo la cabeza en el cristal, y lanzo un profundo y reparador suspiro.

La apacible tranquilidad del momento se ve interrumpida por un grito visceral y primitivo que me eriza el vello y pone en alerta todo mi cuerpo. ¡Lauren! ¡Dios santo!, ¿qué ha pasado? Me pongo de pie y salgo corriendo hacia el dormitorio antes de que el eco de ese sonido horrible se haya desvanecido, con el corazón palpitando de miedo.

Pulso uno de los interruptores y se enciende la lámpara de la mesita de Lauren. Ella se debate frenéticamente en la cama, retorciéndose de angustia. ¡No! Vuelve a gritar, y ese sonido devastador y espeluznante me desgarra de nuevo.

¡Santo Dios... una pesadilla!

—¡Lauren!

Me inclino sobre ella, le sujeto por los hombros y le zarandeo para que despierte. Ella abre los ojos, y son salvajes y vacíos, y examinan rápidamente la habitación vacía antes de volver a posarse en mí.

—Te fuiste, te fuiste, deberías haberte ido —balbucea, y la mirada de sus ojos desmesurados se convierte en acusatoria, y parece tan perdida que se me parte el corazón. Pobre Cincuenta...

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora