Fotografías...

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Estoy en la cama de Lauren, desnuda y tumbada sobre su pecho, jadeando. Por Dios... ¿nunca se le agota la energía a esta mujer? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo, sus caricias se sienten tan bien.

—¿Satisfecha, señorita Cabello?

Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia ella, deleitándome con sus hermosos ojos verdes tan cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el torso.

Ella se tensa un momento, y yo le planto un leve beso entre sus pechos, aspirando ese extraordinario aroma a Lauren, mezcla de sudor y sexo. Es embriagador. Ella se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.

—¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.

Ella sonríe.

—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Camila, pero contigo es extraordinariamente especial, estar contigo es especial.

Se inclina y me besa.

—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señora Jauregui—añado sonriendo, y le acaricio la cara.

Ella me mira y parpadea, desconcertada.

—Ya es tarde. Duérmete —dice.

Me besa, luego se tumba, me atrae hacia ella, y se pega a mi espalda.

—No te gustan los halagos.

—Duérmete, Camila.

Ah... pero ella es extraordinariamente especial. Dios... ¿por qué no se da cuenta?

—Me encantó la casa —murmuro.

Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.

—A mí me encantas tú. Duérmete, ahora.

Tan mandona como siempre, hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escalinatas... y con un crío con el pelo cobrizo que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo le persigo.


—Tengo que irme, Camz.

Lauren me besa justo debajo de la oreja.

Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarla, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresca y deliciosa, sobre mí.

—¿Qué hora es?

Oh, no... no quiero llegar tarde.

—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.

—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de ella.

Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.

—No te vayas.

Ella ladea la cabeza y arquea una ceja.

—Señorita Cabello... ¿acaso intenta hacer que una mujer honrada no cumpla con su jornada de trabajo?

Yo asiento medio dormida, y ella sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.

—Eres muy tentadora ¿sabes?, pero tengo que marcharme.

Atormentada por las sombras II - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora