Capítulo 51.

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Estoy en una moto con Darley

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Estoy en una moto con Darley.

Definitivamente, cuando salimos del edificio y dijo que ella conduciría, no imaginé que sacaría una puta moto que ruge como bestia, y tampoco pensé que supiera cómo conducirla. Aun así, acepté subirme en ella con el único objetivo de encontrar a Derek.

Mis brazos la rodean mientras ella se desliza por el pavimento con facilidad, la sensación de vacío en mi estómago es soportable y me atrevo a decir que agradezco el ruido que me mantiene distraída de mis pensamientos, porque sé que solo me van a inquietar más de lo necesario. Al menos esta vez sí llevo casco.

—Las sigo. —me informa Fray por el auricular.

Por el retrovisor de la moto veo el auto, más no el rostro de Fray, los vidrios polarizados me lo impiden.

Darley gira a la izquierda, sin ser plenamente consciente la rodeo con más fuerza.

—Venga, que no estoy aquí para que me rompas los huesos. —escupe alto y claro.

Bufo y dejo de abrazarla tan fuerte, la moto gira a la derecha y pronto estamos en una de las calles más peligrosas de San Francisco según las noticias, he visto más de un cadáver aparecer por los medios de comunicación en esta dirección, y a pesar de que intento no juzgar a primera impresión, porque sé que algunas de las personas que están aquí no eligieron esa clase de vida, me siento asustada, y no precisamente por los habitantes.

—Será muy llamativo si entro a esa calle con el auto, esperaré en otro lugar. —escucho que me avisa Fray.

El latido de mi corazón se intensifica, hay un extraño mal sabor de boca al saber que enfrentarás al mal sola.

Darley estaciona de golpe, choco contra su espalda y luego me echo hacia atrás en el asiento, nos quitamos el casco y nos bajamos de la moto en una sincronía que nos hace sentir incómodas.

—¿Está aquí? —observo al frente y trago grueso.

El lugar frente a nosotras es una bodega, tres hombres la custodian desde afuera y nos miran de manera despectiva, paso por alto eso y me enfoco en mi objetivo.

Tiene sentido que se esconda en un lugar tan cliché para los delincuentes, aquí él es solo uno más en la lista, el muy hijo de puta sabe cómo pasar desapercibido sin serlo del todo.

La calle se encuentra desierta, las casas se caen a pedazos y los ladridos de los perros me pone en un estado de inquietud indomable, de pronto el sol de San Francisco a desaparecido, y a su paso, solo ha dejado una estela gris que cubre lo que antes había.

—¿Tú que crees? —responde con sarcasmo.

Avanza hasta los hombres que se yerguen de inmediato demostrando toda su altura y fuerza, me trago el miedo y camino detrás de ella, me paro a su lado y los observo a los tres detenidamente.

Con todo y defectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora