Capítulo 71.

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Despertar debería estar prohibido, mucho más cuando tienes un dolor de cabeza punzante y todos los problemas y situaciones se vienen de inmediato a tu mente

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Despertar debería estar prohibido, mucho más cuando tienes un dolor de cabeza punzante y todos los problemas y situaciones se vienen de inmediato a tu mente. Joder, es un martirio total.

Sé que anoche bebí, y al no estar tan alcoholizada, recuerdo cada cosa con pelos y señales; o bueno, tampoco así, pero si soy consciente de todo lo que hice, como por ejemplo, que vine a la habitación de Fray en la noche a actuar como una completa loca, y he amanecido aquí; estoy en su cama, pero él no está.

Me encuentro tumbada de lado con el brazo estirado y paro de palpar la cama cuando me doy cuenta y reitero que se fue y me dejó sola, no quiso darme la cara luego de lo de anoche.

Después de que me dijera una vez más que lo nuestro ya no existiría, me arrastró a la cama con cuidado y me envolvió en sus brazos hasta que me dormí, fui feliz en ese momento, las luces apagadas, el calor de su cuerpo y la neblina del alcohol, una combinación que en su momento me pareció lo mejor, pero ahora, ya no tanto, pues de nuevo tengo que recomponer los pedazos de un corazón roto. Acercarme a él ahora significa herirme a mí misma, y es como si hubiera puesto un cuchillo en mi corazón y lo hubiera atravesado por decisión propia.

No lo voy a negar, me duele despertar y no tenerlo a mi lado, me duele como nada, porque estoy acostumbrada a que siempre que duermo con él, lo primero que veo al despertar son sus largas pestañas negras rozando sus ojos azules observándome con atención. Hoy no hay nada de eso, hay una cama revuelta llena de cosas que no sucedieron, besos que nunca se concretaron y palabras de amor que no se dijeron.

¿Por qué lo hago? ¿Por qué regreso a él?

Suspiro y siento mi labio inferior temblar. Genial, recién despierto y ya tengo un dolor de cabeza y lágrimas en los ojos. Este día pinta a ser maravilloso.

Aparto la cobija que me cubre con rapidez y como un animal enojado bufo y me pongo de pie, me aparto el cabello de la cara con rabia y dejo que las lágrimas me cubran las mejillas. Estoy molesta conmigo misma, y con él, y con la estúpida vida aunque sea lo único que tengo, como dijo Henry.

Voy al baño y me lavo la cara, mi reflejo en el espejo se burla de mí, y me veo horrible, lo admito. Miro su cepillo de dientes y sin que me importe lo uso y me lavo los dientes, lo dejo de nuevo en su lugar y salgo de ahí, llevo la misma ropa de ayer y ni una gota de maquillaje, pero no me interesa cuando cruzo los pasillos a toda velocidad y luego camino por el sendero al aire libre hacia el edificio próximo, donde sé que debe estar.

Entro y las personas a penas me prestan atención, subo al ascensor, presiono el botón del piso al que voy, me elevo en los aires y espero que las puertas se abran, cuando lo hacen camino rápido como un toro enfurecido y no me doy cuenta de que choco con alguien hasta que la voz de esta persona hace que lo reconozca, es Henry.

—¿Avery?

Me giro a verlo y retrocede un paso en cuanto lo hago, parece sorprendido de mi rabia. Tiene el cabello recogido en una coleta, una carpeta roja en la mano y un uniforme negro igual al que utiliza Fray a veces.

Con todo y defectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora