Cleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto.
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Germania, 25 de febrero del año 16 a.C.
La madre de la reina se acercó a ella mientras cargaba a su hijo. El rey aún no había vuelto de su campaña contra los romanos, a pesar de conocer sobre la noticia del nacimiento del príncipe, el rey permaneció luchando. Según los últimos informes, los romanos estaban retrocediendo, así mismo lo había confirmado el rey y había asegurado que su vuelta estaba cerca.
Sin embargo, a la madre de la reina no le importaba tanto esto, sino el peligro que corría el príncipe, ya que las amantes del rey no estaban muy contentas de que la reina haya tenido un varón, no cuando ellas querían ser las preferidas y ocupar su lugar. Además, también estaba el príncipe y un presentimiento que esperaba o temía confirmar.
—Te veo todo el día con el niño, ¿por qué no se lo dejas a la nodriza? —interrogó—. Debes aparecerte más, marcar tu lugar como reina, ya que los esclavos no te han visto mucho y eso no es conveniente, menos con todas esas amantes despechadas —advirtió.
Adela miró a su madre desconfiada, algo más se traía entre manos, la conocía. Este inicio solo era la introducción, pero ella venía por otra cosa.
—¿Qué quieres realmente? —interrogó.
Iba directo al punto, no daba vueltas, eso la había llevado a ser reina, el rey se había enamorado de su actitud decidida.
La madre no trató de defenderse, era inútil, su hija ya la había descubierto.
—He notado que el niño no se parece mucho a sus padres —dijo conspirativa, pero al mismo tiempo sin acusar directamente.
—Tiene mis ojos —se defendió.
Y la madre vio la brecha.
—¿Y el resto? ¿A quién se parece? —preguntó ya más acusativa.
Adela sabía que su madre no era tonta, que tenía sus sospechas ya confirmadas y que solo quería escucharlo de sus propios labios.
—Mi hijo es un príncipe, la apariencia física no importa. Además, es un bebé aún, cuando sea más grande se parecerá a uno de sus padres —respondió.
Estaba siendo evasiva, pero no iba a dejar esto así tan fácilmente. Si se descubría que la reina había sido infiel y que el niño no era hijo del rey, sería el final de ambas; solo estaba protegiendo sus cabezas.
—Adela, ¿Qué pasa si se parece a su padre? —interrogó.
No quería hablar demasiado, cualquiera podía estar escuchándolas y delatarlas, pero era obvio que se refería a su padre verdadero, el cual no era el rey de Germania y su actual esposo.
—Seguirá siendo un príncipe, la sangre real corre por sus venas —alegó Adela.
Su madre la miró asombrada, ¿con quién se había acostado su hija para asegurar algo así?