XIII

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Ese descanso terminó y Mike sentía un enorme peso en su pecho, al igual que un nudo en su garganta que no lo dejaban respirar en paz. Ela trató de distraerlo lo más posible, pero sus intentos eran nulos.

Aquel día y los siguientes, dejaron al rubio en un estado de depresión severa, provocando una etapa de dolor en su vida.
Sus brazos pasaron a estar cubiertos por vendas y sus ojos pasaron a tornarse más oscuros, debido a las ojeras; estos mismos se hinchaban con frecuencia.
Sus labios pasaron a partirse, cada vez tenía más heridas abiertas y todavía más resecos.

Sus padres no tardaron en darse cuenta de las actitudes de su hijo, así que con todo el dolor de su corazón, la Sra. Montes fue a la habitación de él y pidió hablar con calma.

—¿Miguel? —nombró abriendo la puerta de la habitación—. ¿Estás aquí, bebé?

—Si, mamá, no tengo otro lado a donde ir —contestó sin despegar la vista de sus escritos.

—Lo siento —entró y cerró la puerta—. Necesitaba hablar contigo.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo que te está pasando.

—Mamá, con todo respeto, pero no tengo nada y no me está pasando nada.

—Miguel, sabes que sí, por eso necesito saber si puedo ayudar con algo.

El rubio dió vuelta a su silla de ruedas y vió a su progenitora con una sonrisa.

—Mami, de verdad estoy bien. Tal vez solo es el estrés de la escuela, pero fuera de eso, no tengo nada.

—¿Seguro?

—Claro —dijo acercándose a ella—, y si tuviera algo, te lo diría.

—Eso es algo que no puedo negarte, tú haces que confíe mucho en ti.

—Ahí está y no quiero romper esa confianza, por eso te soy honesto.

—Me alegro mucho por eso, hijito —agradeció y besó su frente—. Sigue con tus tareas, seguro es mucho.

—Si, gracias, mamá.

—Gracias a ti, Mike.

La Sra. Montes salió de esa habitación y Mike regresó a su escritorio.
La idea de decirle a su mamá que se cortaba, era aterradora, pues sabía que esa acción era errónea, aunque no podía dejar de hacerla. Era como una droga; una vez que la pruebas, no puedes dejarla.

Día, tras día, tras día, Mike empezaba a verse peor, a tal punto de que ya no deseaba hacer nada y solo quería quedarse en su cama junto a su celular, pero la Universidad era indispensable a ese punto de su vida.

[...]

—Me siguen picando estas cosas —se quejó Mike rascando el yeso de su pierna.

—Jaja, lo imagino, Mike —empatizó Ela—, pero lo bueno es que en unos días ya te los quitarán —animó.

—Si, eso es lo único bueno —regresó a su postura y dejó de rascar.

—Por cierto, no quería decir esto, pero... Ya hace varios días que te veo diferente.

—¿Diferente cómo?

—Pues que todo te da flojera, has desarrollado miedo por los demás, a veces eres muy agresivo y todo eso te está afectando.

—Claro que no, ¿En qué me afecta?

—En que ya no eres el mismo —suspiró—. Muchas de las cosas que hacías, ya no te gustan.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora