LXXV

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Los presentes que ahí se encontraban, o sea los amigos de Elizabeth y algunos familiares de Olivia, voltearon inmediatamente hacia la entrada de la iglesia. Estos se mostraron confundidos y enojados a la vez, pues era de mala educación interrumpir una ceremonia sagrada.

La persona que más se enfadó fue, por lógica, la Sra. Vera.

—¿¡Tú qué haces aquí!? —gritó caminando lento hacia Miguel—. ¿¡No se supone que estarías en casa llorando!?

—¡Jajaja! ¡Es lo que usted esperaba, suegrita! —señaló mientras se burlaba de ella—. ¡Pero no! ¡No voy a descansar hasta que Ari ya no permanezca a su lado!

—¡Ya no tienes oportunidad, niño! ¡Gonzalo es MI hijo y tú solo un desconocido que llegó a su vida como una plaga!

—¿Un desconocido? Sí. Sin embargo, igual soy alguien decidido y si quiero algo, lo consigo —mantenía su sonrisa de lado—. Por ejemplo —mostró la carpeta de investigación—, ¿Qué cree que tengo aquí?

Al instante, un par de policías ingresaron y fueron avanzando detrás del de ojos grises. Con este acto, la mayor comenzó a experimentar por primera vez aquel sentimiento llamado miedo, pero su orgullo no la dejaba expresarlo ampliamente.

—No sé, ¿Tus trabajos del preescolar?

—Ja ja ja, ya quisiera —dijo y abrió el documento—. Mmm, aquí dice que la causa de muerte del señor Rafael Coronel fue debido al uso de sustancias químicas y tóxicas, o sea, veneno para ratas.

La mujer se quedó sin palabras ante lo que escuchaba sobre el caso de su difunto marido, ya que ella había guardado el secreto por muchos años.

—Y también que no fue un accidente —continuó Mike su lectura—, sino que fueron administrados de manera directa en su bebida, ¿Qué tal?

   »Este caso fue catalogado como homicidio y gracias a la ayuda de unos cuantos dólares, se mantuvo llenándose de polvo junto con otros expedientes. ¿Algo que decir al respecto, suegrita? —la miró desafiante.

Debido a que todos tenían sus ojos puestos en ella, Elizabeth no pudo defenderse; su teatro cayó de un segundo a otro.

—Bueno, ya fue suficiente. Sugiero que se la lleven de una vez al lugar al que pertenece.

Los oficiales tomaron a la Sra. Vera de cada brazo y mientras se oponía al arresto, las autoridades le iban mencionando sus derechos.

Como una última medida de liberación, la pelicastaña recurrió a su hijo para que la apoyara.

—¡Ari! ¡Por favor! —suplicaba y lloraba—. ¡Sabes lo que me pasará si me encierran ahí! Mgh, ¡Puedo morir!

El especialista no podía decir nada, ya que debido al alboroto, su cabeza comenzó a dolerle bastante, entonces sobó la sien¹ con dos de sus dedos.

—¡Ari, respóndeme!

—¡Ya cállate, Elizabeth! —gritó Lillian—. ¡Siempre has querido ocultarte detrás de Ari para evadir tus problemas, pero eso se acabó!

   »Él solo era un pequeño niño cuando surgieron tus abusos. De psicóloga a psicóloga, ¿Qué crees que piense ahora de ti? Lo obligaste a mantenerse en silencio.

—¿Ha visto su espalda, señora Vera? —intervino Miguel—. Está tapizada de cicatrices por su culpa, ¿Y no le da remordimiento? —dudó y suspiró después—. Mejor deje a Ari hacer su vida a su manera.

—¿¡Con quién!? ¿¡Contigo!? —reclamó ella.

Por más que le torturara, debía negarlo.

—No... Ari necesita a alguien m-más capaz que yo. Los ángeles como él, no van al infierno conmigo —volteó a verlo y sonrió—. Eres lo más maravilloso que me ha pasado.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora