LXXIII

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—Entonces... S-supongo que tú y yo ya hemos hecho esto antes —dijo Ari, nervioso—. ¿C-cuál es el primer paso?

—Lo que me dices siempre es que debemos lavarnos —respondió—. Así que ve, date una ducha y regresa, pero sin nada de ropa; de esa manera quiero que te presentes.

Obedeciendo la petición del menor, el psicólogo se levantó, entró al baño y limpió su cuerpo.
Al volver, permaneció sentado en la orilla de la piecera de la cama. No cumplió aquello de quedar completamente desnudo, sino que se cubrió su cintura con una toalla al salir.

Después fue Mike quien se lavó y este sí mantuvo su acuerdo.

Ya cuando ambos estaban juntos, el rubio fue el encargado de acorralar al mayor e irlo empujando para atrás hasta recargarse en la cabecera.

—Pensé que te comportarías más dominante, Ari —replicó el rubio al otro.

—Bueno, imagino que así será en un rato, porque dudo mucho que tú...

—Sí, sí, obviamente me la vas a meter a mí; es a lo que estoy acostumbrado —enunció orgulloso.

—Ehh... ¿E-estás seguro de que quieres continuar? —inquirió el castaño oscuro.

—Ya estamos aquí y no te estoy enseñando mis partes privadas sin razón.

Antes de que el especialista mencionara una palabra más, su contrario le calló con un beso y un abrazo a su nuca. Por "primera vez", Ari estaba experimentando lo que era recibir amor por alguien que lo intentaba demostrar.

Para seguir con su acuerdo, el de ojos heterocromáticos correspondió la muestra de afecto que le brindó, acariciando la cintura ajena en el proceso.

Esos roces de sus manos contra la piel desnuda de su amante, los emocionaba más de lo que se puede explicar.

Unos segundos después, el de ojos grises se separó del mayor y bajó hasta su entrepierna, masajeando el miembro por encima de la tela.

—Esto es trampa —le regañó—. Te dije que sin ropa, Ari.

—L-lo sé, pero me dió vergüenza —confesó sonrojado y miró para otro lado.

—Cada que estamos en esto te avergüenzas, a pesar de que ya lo hayamos hecho varias veces.

Acto seguido, ahora sí le desnudó por completo, dejando expuesto el falo de su amado y continuó con movimientos estimulantes hacia arriba y abajo.

—Mmm, lo recordaba más pequeño~ —bromeó el rubio y observó las expresiones del psicólogo.

—Y-yo ni siquiera estoy seguro d-de que nos hubiéramos metido e-en la cama, ah~ —contestó, para después cubrir los sonidos con sus manos.

—Ari, déjame oírte, por favor —pidió—. No sabes cuánto he deseado que este momento llegara, o me veré en la necesidad de usar algo más que mis manos.

—¿Qué?

Al pelicastaño no le dió tiempo de reaccionar, pues quien lo estaba complaciendo, utilizó su boca para lubricar y que existiera una mejor preparación.

—Agh, M-Miguel, n-no hagas eso —suplicaba el más alto.

—¿Por qué? ¿Porque se siente muy bien~? —supuso y no se detuvo.

—... Sí. E-es extraño, también.

—Cuando estás ebrio, te portas muy diferente, aunque me gustan tus dos facetas; todo tú me gustas —siguió su labor.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora