XX

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¡Aléjate de mi hombre, perra!

O bueno, ese era un buen plan en la mente de Mike, pero solo tomó asiento en el diván.

—¿Miguel, verdad? —habló la mujer levantándose del escritorio y viendo a Mike.

—Si —contestó seco, sin ninguna emoción.

La señorita de traje color vino rió y volvió a preguntar:

—Y, ¿Qué problemas estamos tratando contigo?

—Prefiero hablar con alguien en quien confío y no con alguien que acabo de conocer —explicó.

El castaño suspiró y se levantó de su silla, amarrando su cabello.

—Lillian, y-yo creo que la cita la dejamos para otra ocasión, ¿No te parece? —mencionó Ari.

—Como gustes, Ari, siempre es un placer verte.

—L-lo mismo digo —sonrió con sus mejillas un tanto coloradas.

—Pareces tomate —dió la observación y abrió la puerta.

—Je, lo siento.

—No te disculpes. Es lindo.

Fue lo último que dijo Lillian para salir del consultorio y cerrar la puerta, yéndose.

Ari volvió a suspirar y rió levemente.

—¿Se llama Lillian? —interrumpió Mike todavía con su mueca de desagrado.

—Si —respondió sin prestar atención y alargando la vocal.

—"Parece enamorado" —pensó.

—En fin —dijo el mayor, salió de sus pensamientos y se sentó en la silla de su escritorio—, ¿Cómo vamos? ¿En qué nos quedamos?

—Mmm, t-tiré la caja de mis... Navajas.

Ari se sorprendió bastante y de cierto modo, le recordó a él.

—¿Tenías una caja con navajas?

—Si, pero ya no existe.

—Eso... M-me enorgullece, Miguel, no es fácil dejar de lesionarse, pero tú lo lograste —felicitó.

—"Y tú no".

—¿Qué pasa? Te quedaste mudo —rió.

—No, no es nada —respondió y sacó el diario de su mochila—. "Haré que lo lea, no me importa si sospecha".

—Es tu diario. Creí que también lo habías tirado a la basura.

—Ehh, no, no tengo valor para hacerlo.

Mike suspiró profundamente, se levantó del diván, rodeó el escritorio del mayor y estando frente a él, estiró el diario en su dirección.

—Léelo, por favor.

—¿Estás seguro, Miguel? Todo lo que está aquí es personal y... No me quiero meter tanto en tu vida —comentó tomando el cuadernito, sin hacer que el rubio lo suelte.

—S-si, hay un apartado que quiero que leas —señaló abriéndolo.

—Bueno, con tu permiso.

El mayor agarró el diario con firmeza, lo dejó en su escritorio, se puso sus lentes y finalmente empezó a leer.

Mike se sentó en la silla del otro lado del escritorio y nuevamente sentía los nervios recorrer todo su cuerpo.

Cuando Ari terminó de leer, se quitó sus lentes, cerró el diario, lo dejó en el escritorio y lo acercó a Mike con una sonrisa tierna.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora