LXI

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—¿No le parece que su hijo ya está lo suficientemente grande como para que su madre siga "molestándolo"? —preguntó molesto el Sr. Bernal.

—Yo siempre voy a ser la persona que lo trajo a este mundo, entonces me puedo involucrar en su vida las veces que quiera —se defendió la Sra. Vera.

—No es verdad —interfirió la cónyuge de Esteban—. Nuestros hijos deben tener el espacio para decidir sobre sus vidas; los padres solamente estamos para orientarlos y, en su punto, criarlos de la mejor manera.

   »Si los tenemos encerrados en una burbuja, nunca aprenderán. Me atrevo a preguntar, ¿Cómo fue el cuidado de Ari en su niñez?

—Mucha mano firme con ese hombre. Su padre lo consentía mucho y por eso Gonzalo se hizo una persona débil —contestó la otra mujer.

—Se equivoca. Él sentía el apoyo de su padre y, al parecer, el de su madre no. Quiso ir en su contra, así que la que tiene la "culpa" de sus preferencias, es usted —Paula mantuvo firme la mirada mientras decía eso.

Los otros dos adultos ahí presentes se quedaron sin palabras y bastante sorprendidos por esa especie de diagnóstico.

El rubio mayor, principalmente, se puso a pensar de una manera más profunda el diálogo de su esposa, ya que recordó cuando Miguel se fue de la casa porque su madre coincidió en esa decisión.

—Tal parece que es imposible hablar con ustedes —reclamó Elizabeth—. Ahora entiendo porque su pequeño bastardo es como es.

La mayor salió del dormitorio de los internos y posteriormente, del hospital.

Regresando, los señores Bernal se vieron entre sí, pero el de ojos grises se apartó rápido por la vergüenza.

—¿Te sientes bien, Esteban? —inquirió su contraria.

—E-eso creo —le contestó.

—¿Por qué lo dices?

—Porque lo que le dijiste a esa señora... Siento que fue muy personal hacia mí —torció su boca tras decir eso.

—Oh —fue lo único que alcanzó a expresar—. Si te lo tomaste personal, es que es cierto, ¿No lo crees? Tú prácticamente corriste a mi hijo de casa por sus preferencias.

—Y porque su pareja es uno que casi es de nuestra edad —agregó el rubio.

—Sí, también me sorprendió mucho eso, pero si Miguel es feliz, ¿Importa mucho? —sonrió Paula, acercando su mano a la de su marido.

Él suspiró.

—C-creo que n-no —titubeó.

De la nada, otra vez, su puerta fue abierta, ahora dejando ver a su primogénito.
Los mayores voltearon a verlo instantáneamente.

—¿¡Qué les dijo esa puta vieja loca de mierda!? —llegó cuestionando bastante exaltado.

—¡Miguel! ¡Tu lenguaje! —regañó la de ojos verdes.

—Perdón, mami —se calmó el menor y suspiró—. ¡Es que esa señora ya me tiene hasta los...!

—¡Miguel! —volvió a gritarle.

—Oh, pues —se quejó—, pero sí me interesa saber qué les dijo.

—Nada de lo que debas preocuparte, hijo; tranquilo.

—No les creo mucho, eh —entrecerró los ojos, casi "amenazándolos" para que le dijeran algo.

—Bueno, nos comentó que eres un retroceso para Ari y quería que nosotros te mantuviéramos lejos de él —habló el Sr. Bernal.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora