XXI

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Ahora el rubio se encontraba sentado en la sala de Ari, con un vaso de agua en su mano y siendo intimidado por Lillian, quien aún conservaba el líquido de su copa intacto.

—No sabía que eras un delincuente —habló Lillian rompiendo el silencio.

—No soy un delincuente —le contestó.

—¿Entonces? ¿Trabajas de espía? ¿Cuánto ganas? ¿2 dólares la hora?

—Señorita, le voy a pedir de favor, me deje de hablar —solicitó Mike con un tono calmado—. No tengo ganas de entablar comunicación con una desconocida y sobre todo, grosera.

—No soy grosera, solo juzgo lo que veo.

—Es el problema.

Mike le dió un sorbo a su vaso con agua y después de lo que parecieron ser horas, Ari hizo aparición en la sala, quedándose de pie en el lado de Lillian.

—¿Miguel? —nombró el castaño para llamar la atención del rubio.

—¿S-si? —respondió Mike titubeando y sin verlo.

—¿Qué hacías fuera de mi casa?

—Ehh, n-nada.

—Es lo que estaba averiguando, pero decidió no seguir hablando conmigo —comentó Lillian.

—Yo en ningún momento te pedí que te comportaras como detective con él —replicó Ari un tanto serio—. Te dije que yo lo trataría.

—"A huevo" —pensó el menor al escuchar como el mayor ponía en su lugar a su, ¿Amiga?

—Conociéndote, no lo harás. Eres demasiado blando para manejar la situación —volvió a contradecir la mujer.

Ari soltó un largo suspiro para contener palabras o expresiones no adecuadas en contra de una dama.

—No voy a enojarme contigo, así que quédate aquí o regresa a tu casa —pidió de manera cortés a ella—. Miguel —llamó nuevamente su atención—, ven conmigo.

—¿Para? —preguntó Mike hacia la nada y después siguió al mayor.

Lillian se quedó sola en la sala y lo único que le quedaba hacer, era tomarle a su copa de vino.

[...]

—Siéntate, Miguel —ofreció el mayor sentándose en una silla.

—S-si, gracias —respondió el menor e imitó la acción del otro.

Ambos estaban sentados en el patio, en unas sillas frente a una pequeña mesa que tenía Ari.

—Escuche —habló Mike—, yo... No hay una explicación lo suficientemente convincente para hacerle saber el porque hice eso —siguió hablando como siempre; sin mirar a Ari.

—¿Y por qué evitas mirarme si estás seguro de lo que hablas?

—"¡Porque me pones nervioso!"

—¿Eh? —volvió a preguntar.

—Es que como no tengo explicación, siento que no me creerá. Perdón.

—No te preocupes, entiendo que estás confundido con todo lo que te pasa y a veces actuamos sin una idea clara en nuestra mente. Yo lo he hecho —sonrió.

—¿D-de verdad?

—Si, pero no llegué al punto de seguir a alguien hasta su casa. Tú tienes agallas.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora