Epílogo 2. Felices Para Siempre

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—¡Abueloooo! ¿Dónde estás?—chillo una vocecita. 

—¡Abuelo! ¡No es justo que te escondas tan bien!— gruñó otra. 

¿No es el chiste de las escondidas esconderse bien? Porque al parecer sus nietas no parecían saberlo, o lo ignoraban totalmente. 

—¡Abuelo! Dice la abuela que es hora de comer— gritó una vocecita ronca que reconocería a mil kilómetros de distancia. 

Suspiro, si era la hora de comer, era la hora de comer. Sophie adoraba cocinar, pero odiaba que la comida se enfriara, no sabía cuánto tiempo llevaba escondido ya, tal vez una hora o dos, sus nietas no habían dejado de buscarlo con esfuerzo e intensidad. 

—¡Te encontré! — dijo una pequeña rubia de ojos azules, muy sonriente. 

—No es verdad, Rachel dijo que era hora de ir a comer así que salí de mi escondite. 

—Te ha engañado abuelo— soltó una risita cómplice Beatrice.

—Lo siento abuelo, era demasiado tiempo,no puedes esconderte tan bien— dijo la pequeña Rachel. 

—¡Ah! Me han hecho trampa—las señaló acusatoriamente. —¿qué no es él chiste de las escondidillas? 

—Lo es, se los dije, no está un bien hacer trampa... pero a veces es necesario— habló Iraly. 

—Pero ha sido idea de Beatrice— dijo Nicole. 

—Oye— gruñó la mayor de sus nietas. —eso no es verdad— Benedict sonrió. 

—Bien, supongo que entonces yo debería ir a asegurarme que aún falta para la comida— dijo poniéndose en marcha. 

—¡Abuelo!— Lysa, su nieta más pequeña tomó su mano —¿volverás para jugar con nosotras verdad?— los ojos amielados brillaron en ternura. 

Quién quiera que haya dicho que los hijos eran la debilidad de toda persona es porque seguramente no era abuelo aún, Benedict estaba rodeado por nueve niñas ¡nueve! Y no dejaban de sonreírle de manera encantadora, iban por ahí con sus ojos de borreguito y él no encontraba la forma de decirles nunca que no, ¿pero por qué lo haría? Sus padres debían decir no, no él, él era su abuelo y estaba vivo para disfrutarlas y consentirlas. 

Asintió con la cabeza, Lysa soltó su mano y las niñas reanudaron su juego. Benedict pudo ver las orillas de las faldas llenas de barro y suciedad, tal y como, Daphne, Eloise y Frannie solían tenerlas cuando visitaban Aubrey Hall. 

—Benedict Bridgerton, tus pantalones— dijo Sophie señalandolos— están llenos de barro. 

—Es culpa de tus nietas, me he escondido bien. 

—¡Abuelooooo!— gritaron muchas voces a la vez. 

—¡Ven a jugar!— 

—¡Abuelo! 

—¿Nunca me darán un respiro verdad?— preguntó y Sophie le dio un beso fugaz en los labios. 

—No creo, pero te lo advierto, si están sucios no entrarán a mi comedor. 

—Siempre hay pintura en todos lados... 

—¡Sí! Pero no barro. 

Benedict se río, dándole otro beso rápido y volvió al gran jardín al aire libre en "Mi cabaña". 

Sophie lo miró maravillada, nueve niñas lo habían derrumbado en el pasto y se encontraban encima de él, o peleando por él, realmente no lo sabía. Pero se veían felices, y Benedict reía. Eso la hizo feliz, no había escena más encantadora que esa y si ella fuera la pintora amaría poder enmarcar ese recuerdo. 

Una Bridgerton en aprietosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora