HYUNGWON

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Sonriendo, Hoseok alzó su copa en alto.

—¡Por los buenos amigos! —gritó.

Brindé con él y le di un trago al cóctel que acababan de servirnos. Era el último sábado antes de que Hoseok se marchase a Sídney y lo había convencido a base de insistir para que saliésemos un rato por ahí. Habíamos acabado donde siempre, en Cavvanbah, un local al aire libre, casi a las afueras y cerca de la orilla de la playa. El nombre del sitio era el de la población aborigen de la zona y significa «lugar de encuentro», lo que en esencia resumía el espíritu y la identidad de Byron Bay. La caseta en la que servían las bebidas y las pocas mesas que había estaban pintadas de un azul isleño muy en sintonía con el tejado de paja, las palmeras y los columpios colgados del techo que servían de asientos alrededor de la barra.

—No puedo creer que vaya a irme.

Le di un codazo y él se rio sin humor.

—Solo será un año y vendrás todos los meses.

—Y Kihyun…, joder, Kihyun…

—Yo cuidaré de él —repetí, porque llevaba diciéndole esa misma frase casi todos los días desde la mañana que le abrí la puerta y trazamos el plan—. Es lo que hemos hecho siempre, ¿no? Salir a flote, seguir adelante, esa es la clave.

Él se frotó la cara y suspiró.

—Ojalá aún fuese igual de sencillo.

—Lo sigue siendo. Eh, vamos a divertirnos. —Me levanté tras dar el último trago—. Voy a por dos copas más, ¿te pido lo mismo?

Hoseok asintió y yo me alejé de la mesa haciendo un par de paradas para saludar a algunos conocidos; casi todos teníamos relación en una ciudad tan pequeña, aunque fuese superficial. Apoyé un codo en la barra y sonreí cuando Madison hizo un mohín tras servirles dos copas a los clientes que estaban al lado.

—¿Vienes a por más? ¿Estás intentando emborracharte?

—No lo sé. Depende. ¿Te aprovecharás de mí si lo hago?

Madison reprimió una sonrisa mientras cogía la botella.

—¿Tú querrías que lo hiciera?

—Sabes que, contigo, siempre.

Me tendió las copas mirándome fijamente.

—¿Te espero o tienes planes?

—Estaré por aquí cuando termines.

Hoseok y yo pasamos el resto de la noche entre copas y recuerdos. Como esa vez que llamamos a su padre porque estábamos bebidos en la playa, y en vez de recogernos y llevarnos a casa, decidió pintarnos en su cuadernillo, tirados en la arena de mala manera, para después fotocopiar el dibujo y pegarlo por las paredes de mi casa y de los Yoo como recordatorio de lo idiotas que habíamos sido; Douglas Yoo tenía un humor muy especial. O esa otra vez que terminamos metidos en un buen lío en Brisbane un día que pillamos maría, fumamos hasta que yo perdí la cabeza y, entre risas, lancé al mar las llaves del apartamento que teníamos alquilado. Hoseok fue a buscarlas y se metió vestido en el agua, colocado, mientras yo me reía a carcajadas desde la orilla.

Por aquella época nos habíamos prometido que siempre viviríamos así, como en el lugar que nos había visto crecer, que era tan sencillo, relajado, anclado en la esencia del surf y la contracultura.

Miré a Hoseok y reprimí un suspiro antes de acabarme el trago.

—Voy a irme, no quiero dejarlo solo más tiempo —me dijo.

—De acuerdo. —Me reí cuando vi que se tambaleaba al levantarse, y él me enseñó el dedo corazón y dejó un par de billetes encima de la mesa—. Hablamos mañana.

—Hablamos —respondió.

Estuve un rato más por allí con un grupo de amigos. Gavin nos habló de su nueva novia, una turista que había llegado dos meses atrás y, al final, se quedaría por tiempo indefinido. Jake nos describió tres o cuatro veces el diseño de su nueva tabla de surf. Tom se limitó a beber y a escuchar a los demás. Yo dejé de pensar mientras el local se vaciaba al caer la madrugada.

Cuando el último se marchó, rodeé la caseta, abrí la puerta de atrás y me colé dentro.

—Recuérdame por qué tengo tanta paciencia.

Madison me sonrió, cerró la persiana y avanzó hacia mí con una sonrisa sensual curvando sus labios. Sus dedos se colaron por el dobladillo de mis vaqueros y tiraron de mí hasta que nuestros labios chocaron entreabiertos.

—Porque te compenso bien… —ronroneó.

—Refréscame un poco la memoria.

Le quité el pequeño top. No llevaba sujetador. Madison se frotó contra mí antes de desabrocharme el botón del pantalón y arrodillarse con lentitud.
Cuando su boca me acogió, cerré los ojos, con las manos apoyadas en la pared de enfrente. Hundí los dedos en su pelo, instándola a moverse más rápido, más profundo. Estaba a punto de correrme cuando di un paso hacia atrás. Me puse un preservativo. Y luego me hundí en ella contra la pared, embistiéndola con fuerza, agitándome cada vez que la oía gemir mi nombre, sintiendo aquel momento; el placer, el sexo, la necesidad. Solo eso. Tan perfecto.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora