3. MARZO (Otoño)

66 16 4
                                    

HYUNGWON


Kihyun volvió. Y con él, la puerta cerrada, el silencio en casa y las miradas esquivas. Pero había algo diferente. Algo más. No se levantaba corriendo en cuanto terminaba de cenar, sino que se quedaba sentado un rato, arrugando distraído la servilleta entre los dedos, o se ofrecía para fregar los platos. A veces, por las tardes, mientras merendaba alguna pieza de fruta apoyado en la encimera, miraba el mar a través de la ventana; ausente, perdido.

Esa primera semana le pregunté tres veces si quería venir conmigo a surfear, pero rechazó la oferta y, después de lo que había ocurrido la última vez, no lo forcé. Tampoco dije nada cuando la gata tricolor que venía a visitarme a menudo se pasó por allí y Kihyun estuvo dispuesto a darle las sobras de la cena. Ni cuando el primer sábado por la noche, tumbado en la hamaca, oí sus pasos a mi espalda. Había puesto el tocadiscos y, no sé por qué, pensé que los acordes de la canción se habían enredado en su pelo y la habían empujado hacia la terraza paso a paso, nota a nota.

—¿Puedo quedarme aquí?

—Claro. ¿Quieres té?

Negó con la cabeza mientras se sentaba en los almohadones sobre el suelo de madera.

—¿Qué tal la semana?

—Como todas. Normal.

Tenía muchas preguntas que hacerle, pero ninguna que él fuese a querer responder, así que no me molesté en formularlas. Suspiré relajado, contemplando el cielo estrellado, escuchando la música, viviendo solo ese instante, ese presente.

—Hyungwon, ¿tú eres feliz?

—¿Feliz…? Claro. Sí.

—¿Y es fácil? —susurró.

—Debería serlo, ¿no crees?

—Antes pensaba que lo era.

Me incorporé en la hamaca. Kihyun estaba sentado con las rodillas abrazadas contra el pecho; allí, bajo la oscuridad de la noche, parecía pequeño.

—Hay un error en lo que has dicho. Antes eras feliz precisamente porque no lo pensabas, ¿y quién lo hace cuando tiene el mundo a sus pies? Entonces solo vives, solo sientes.

Había miedo en su mirada.

Pero también vi el anhelo.

—¿Nunca volveré a ser así?

—No lo sé, Kihyun. ¿Tú quieres?

Tragó saliva y se lamió los labios, nervioso, antes de tomar una brusca bocanada de aire. Me arrodillé a su lado, le cogí de la mano e intenté que me mirase a los ojos.

—No puedo… respirar…

—Ya lo sé. Despacio. Tranquilo… —susurré—. Cariño, estoy aquí, estoy justo a tu lado. Cierra los ojos. Tú solo piensa…, piensa en el mar, Kihyun, en un mar revuelto que empieza a calmarse, ¿lo estás viendo en tu cabeza? Ya casi no hay olas…

Ni siquiera tenía claro qué estaba diciéndole, pero conseguí que Kihyun respirase más despacio, más relajado. Le acompañé hasta su habitación y algo se agitó dentro de mí cuando en la puerta me dio las buenas noches.

Compasión. Impotencia. Yo qué sé.

Esa noche rompí mi rutina. En lugar de leer un poco e irme a la cama, encendí el ordenador y aparté las cosas que tenía sobre el teclado antes de teclear en el buscador «ansiedad». Estuve horas leyendo y tomando notas.

«Síndrome de estrés postraumático: trastorno psiquiátrico que aparece en personas que han vivido un episodio dramático en sus vidas.» Seguí apuntando: «Las personas que lo sufren tienen pesadillas frecuentes rememorando la experiencia. Otros signos característicos son la ansiedad, palpitaciones y secreción elevada de sudor». Y continué, incapaz de irme a dormir: «Sentirse psíquicamente distante, paralizado ante cualquier experiencia emocional normal. Perder el interés por las aficiones y diversiones».

Supe que hay cuatro tipos de estrés postraumático.

En el primero, el paciente revive constantemente el suceso que lo ha desencadenado. El segundo es la hiperexcitación, cuando se sufren signos constantes de peligro o sobresaltos. El tercero se centra en los pensamientos negativos y la culpabilidad. Y el cuarto…, joder, el cuarto era Kihyun, todo él.

«Se adopta la evasión como maniobra. El paciente muestra y trasmite insensibilidad emocional e indiferencia ante actividades cotidianas; elude lugares o cosas que le hagan recordar los acontecimientos.»

El domingo me desperté al amanecer, como siempre, a pesar de haber dormido tan solo un par de horas. Hacía un día soleado, aunque las temperaturas habían bajado. Preparé café y dejé a Kihyun durmiendo antes de coger la tabla y caminar hasta la playa. Pero cuando vi los delfines tan cerca de la orilla, regresé sobre mis pasos, porque no podía dejar que se perdiese aquello y que esa mañana no terminase entre las olas a mi lado, no cuando empezaba a entenderlo, como ese acertijo que deseas descifrar o esa pieza que necesitas que encaje.

Llamé a la puerta de su habitación, pero no contestó, así que terminé abriéndola sin hacer ruido. Ese fue mi primer error. Cogí aire al verlo sobre la cama, de espaldas, vestido tan solo con una camiseta y la ropa interior negra.
Sus piernas desnudas estaban enredadas entre las sábanas. Él se movió un poco y yo entorné la puerta y salí de casa.

—Joder —mascullé mientras me abrochaba el leash.

Estuve en el agua durante varias horas.
Supongo que por eso él vino a buscarme.
Todavía mar adentro, lo distinguí sentado cerca de la orilla, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Salí un poco después, con la tabla bajo el brazo y agotado. Me dejé caer a su lado sin decir nada, estirándome sobre la arena.

—Siento lo de anoche, no quería asustarte.

—Es ansiedad, Kihyun, no es culpa tuya; cuanto más intentes evitarlo o lo pienses, peor será. Las cosas no siempre son fáciles, pero deberías ir avanzando poco a poco.

—Nadie me cree, pero lo intento.

Yo le creía. Estaba convencido de que luchaba cada día por salir adelante sin ser consciente de que era él mismo el que se frenaba y lo impedía. Lo deseaba. Pero su instinto era más fuerte, y ese instinto le gritaba que el camino para llegar a la meta era demasiado complicado, que era más sencillo quedarse donde estaba, agazapado y protegido, anclado en un lugar que él mismo se había construido.

Al día siguiente, tras verlo desaparecer por el sendero de la entrada encima de su bicicleta naranja, monté en la pickup y me dirigí hacia la cafetería familiar para cobrarme el favor que le había hecho a mi hermano y desayunar gratis. Pedí café y un trozo de tarta.

—¿Cómo fue la noche? ¿Un polvo memorable?

—Mi mujer no es «un polvo», Hyungwon. Cierra el pico.

—Vale, tienes razón. Es un polvazo, perdona.

Mi hermano me atravesó con la mirada y yo me reí, porque lo decía en serio. Emily era una tía tan fantástica que todavía no tenía muy claro qué hacía con Hyunwoo.

—¿Quién tiene un polvazo? —Mi padre apareció sonriente, como de costumbre. Solía intentar usar la misma jerga coloquial que los surfistas o los hippies que vivían en la zona, pero nunca lo conseguía del todo y mamá le daba una colleja cada vez que lo escuchaba.

—Déjalo, papá. Es Hyungwon. Es idiota.

—Pues tus hijos piensan que soy «el tío más guay».

—Mis hijos tienen seis años —replicó con los ojos en blanco—. Y no te perdono que les dejases pintar en las paredes, ¿en qué estabas pensando? El otro día pusieron el salón perdido y no entendían por qué les reñíamos.

—Yo les dije que podían hacerlo un día. Si ellos se han tomado la libertad de alargar la cosa, no es mi problema. Tengo que irme, hablamos mañana.

—¡Que vaya bien, colega! —gritó mi padre sonriente.

Intenté no reírme mientras me despedía y luego subí al coche y conduje durante un buen rato hasta una ciudad cercana. No es que en Byron Bay no pudiese comprar lo que buscaba, pero había menos variedad y los precios solían ser más caros. Me tomé mi tiempo para elegir cada cosa. Quería que todo fuese nuevo, sin usar, sin marcas ni recuerdos. Aproveché para llevarme algunos materiales de trabajo que necesitaba. Cuando regresé a casa, salí a la terraza y lo dejé todo preparado. Luego metí en la nevera el sushi que había traído y esperé fumándome un cigarro hasta que lo vi aparecer pedaleando a lo lejos.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora