HYUNGWON

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Cuando hablé con Hoseok por la noche, no le conté lo que había pasado esa tarde. Al colgar, me di cuenta de que apenas le estaba diciendo nada de lo que ocurría bajo ese techo en el que vivíamos, como si se hubiese convertido en un lugar cerrado, aislado, en el que las cosas solo tuviesen la importancia que nosotros queríamos darles. Y, pese a todo, Kihyun y yo nos entendíamos bien;
podíamos enfadarnos y después cenar como dos personas civilizadas. O pasar días sin dirigirnos más que unas cuantas palabras y sin que resultase raro; de algún modo, nos acoplábamos, incluso a pesar de la tristeza que a él le carcomía y de la desesperación que yo empezaba a sentir, porque si tenía un defecto en este mundo era la impaciencia.
Nunca había sido muy dado a esperar.

Recuerdo que, cuando era pequeño, deseaba comprarme un coche teledirigido y estuve insistiéndoles a mis padres durante días. Mi hermano se había empeñado meses atrás en un juego de mesa de lo más aburrido que a mí me hacía poner los ojos en blanco solo al oír su nombre. Así que, siguiendo mi lógica infantil, una tarde cogí la hucha de mi hermano, saqué todo el dinero y volví a dejarla en su lugar sin que se diese cuenta. Mis padres me compraron el coche pensando que eran ahorros míos y lo disfruté jugando con Hoseok por todos los caminos que había detrás de nuestras casas, poniendo trampas con piedras, troncos y hojas para ver si podía escalarlas.

Durante muchas semanas, fui recogiendo el dinero que me ganaba portándome bien o haciendo las tareas de la casa y devolviéndolo a la hucha de Hyunwoo poco a poco. Cuando él se decidió a comprarse su capricho, yo le había vendido el coche, ya medio destrozado, a un chico de mi colegio y no faltaba ni un céntimo del dinero que había cogido.
Y la moraleja de toda la historia es algo así como «¿Por qué esperar a conseguir algo mañana cuando puedes tenerlo hoy?».
En esos momentos la impaciencia me estaba matando.

Por Kihyun. Porque necesitaba verlo sonreír.

Al día siguiente, cuando se levantó, me fijé en sus ojeras.

—¿Una mala noche?

—Algo así.

—Quédate aquí. Descansa.

—¿Me das permiso para no ir a clase?

—No. Eres mayor para saber si debes ir a clase. Pero si te interesa mi opinión, creo que hoy vas a perder el tiempo mirando la pizarra y sin enterarte de nada, porque parece que estés a punto de caerte al suelo. A veces es mejor recuperar fuerzas para coger impulso.

Kihyun volvió a acostarse. Yo estuve poco rato entre las olas antes de regresar a casa y prepararme un sándwich. Me senté delante de mi escritorio para intentar recuperar el trabajo que no había hecho el día anterior por ir a por ese caballete que ya estaba cogiendo polvo en la terraza trasera de mi casa. Anoté en un papel los plazos de entrega más próximos y lo clavé encima del calendario. Después adelanté algunos encargos hasta que Kihyun volvió a salir de su habitación casi a media mañana.

—¿Has conseguido dormir?

—Sí, un poco. ¿Queda leche?

—No lo sé, tengo que ir a comprar.

—Quizá…, quizá podría acompañarte.

—Claro, me vendrá bien un poco de ayuda.

Eso y conseguir sacarlo de allí, que le diese el aire al menos. Volví a concentrarme en el encargo más urgente mientras él desayunaba sentado delante de la barra. Cuando terminó, para mi sorpresa, rodeó el escritorio y se inclinó sobre mi hombro para ver qué estaba haciendo.

—¿Qué es? —preguntó frunciendo el ceño.

—La duda ofende, son las orejas de un canguro.

—Los canguros no tienen las orejas tan largas.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora