KIHYUN

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Tenía el estómago encogido desde primera hora.

Me daba igual lo que Hyungwon dijese. Yo lo había sentido. En su mirada. En sus labios. Había sido real, muy real. Y llevaba tantos años soñando con un beso suyo…, tantas noches en la cama mirando el techo de mi habitación y preguntándome cómo sería… Aguanté la respiración cuando él salió de la terraza sin mirarme.

Reprimí las ganas de decirle algo, porque empezaba a notar el sabor de la decepción en la boca, no porque esperase más de él, era muy consciente de la situación, sino porque me sorprendía que fuese tan cobarde. Él, que siempre se mostraba tan entero, tan abierto y tan brutalmente sincero, aunque terminase siendo incorrecto.

Más tarde, cogí un poco de fruta para comer cuando advertí que Hyungwon no parecía tener intención de almorzar a la hora habitual. Pasé el resto del día metido en mi habitación, con los auriculares puestos, escuchando Let it be con los ojos cerrados mientras rememoraba cómo habíamos bailado en la terraza, la delicadeza con la que había dejado caer sus manos desde mi cintura a las caderas, relajado, mirándome bajo las estrellas… Y luego sus labios exigentes. El gemido ronco que se coló en mi boca. Su aliento cálido. Las mariposas en la tripa. Las rodillas temblorosas. La sombra de su barba contra mi mejilla. Nuestras salivas mezclándose. El tacto suave de su lengua. Ese momento. Solo nuestro.

Me di la vuelta en la cama y me quedé dormido.



Cuando me desperté casi había anochecido.
Hyungwon estaba en el comedor, sentado delante de su escritorio mirando algo del trabajo a pesar de que era sábado. Estaba vestido. Teniendo en cuenta que siempre iba en bañador o con pantalones de chándal y alguna camiseta sencilla de algodón, me sorprendió verlo en vaqueros y con una camisa estampada y remangada hasta casi los codos.

—¿Vas a salir? —pregunté con inquietud.

—Sí. —Se puso en pie—. No me esperes despierto. ¿Crees que podrás apañarte solo con la cena o necesitas que te haga algo antes de irme?

Quise preguntarle por qué se había vestido así. O, mejor dicho, para quién se había vestido así. Pero no tuve valor, porque no quería escuchar la respuesta. No podía.
Lo vi marcharse unos minutos después.
Me quedé parado en medio del salón observando aquella casa como si no llevase viviendo allí cinco meses. Contemplé los muebles un poco envejecidos, los discos de vinilo que Hyungwon había dejado encima del baúl la noche anterior, las plantas que crecían casi salvajes, sin que nadie las podase nunca o les quitase las hojas secas…

Deseché la idea de cenar cuando logré reaccionar. Tenía el estómago revuelto y las emociones parecían palpitar en mi cabeza pidiéndome que las dejase salir. Respiré hondo. Una y otra y otra vez más. Al final busqué por inercia lo único que sabía hacer. Cogí un lienzo en blanco, lo puse en medio del salón y me dejé llevar.

Pinté. Y sentí. Y pensé. Y seguí pintando.

Tenía en la cabeza la imagen que estaba plasmando. Podía ver cada línea y cada sombra antes de que el pincel tocase el lienzo. No sabía hacerlo de otra manera. Sentía algo, lo sentía intensamente hasta que esa emoción se desbordaba y me veía obligado a dejarla salir.

Mi madre me dijo una vez que en la familia éramos así. Me contó que mi abuela se enamoró de un tipo rebelde con el que su padre no la dejaba relacionarse; al parecer, un día tropezó con él, lo miró a los ojos y ya está, supo que era el hombre de su vida. Cuando le prohibieron verlo, se escapó de casa de madrugada, se fugó con él y regresó tres días después con un anillo en el dedo. Por suerte, tuvo un matrimonio largo y feliz.

Ella también era así. Rose, mi madre. Siempre le perdía la boca. Decía lo primero que se le pasaba por la cabeza, tanto para lo bueno como para lo malo. A papá solía hacerle gracia lo transparente que era y la miraba con ternura mientras ella se desahogaba caminando de un lado a otro de la cocina, abriendo y cerrando armarios con el pelo alborotado recogido en un moño y esa energía que nunca parecía agotarse. Cuando pensaba que había tenido suficiente, se acercaba a ella y la abrazaba por detrás. Entonces se calmaba. Entonces… mamá cerraba los ojos y se dejaba mecer por sus brazos.

Sumido en ese recuerdo, cogí una pintura gris de otro tono. Los trazos fueron uniéndose y cobrando sentido poco a poco, conforme la noche se cerraba más y el reloj marcaba la una de la madrugada. No se oía nada. Estaba solo, acompañado por todos esos sentimientos enmarañados.

Hasta que oí el chasquido de la puerta.
Hyungwon entró. Lo miré. Y entonces lo odié. Lo odié…

—¿Aún estás despierto? —gruñó.

—¿Hace falta que responda?

Avanzó tambaleándose y tropezó con una maceta, tuvo que apoyarse en el mueble del comedor. Calibré su extraña sonrisa mientras se acercaba; yo solo deseaba salir corriendo y meterme en mi habitación. Hyungwon tenía los ojos más acuosos por el alcohol, de un azul turbio, de un azul que no era el suyo. Y los labios enrojecidos por los besos de alguien más.

Me quedé sin respiración, preguntándome cómo sería, por qué él o ella sí y yo no. Deslicé la mirada por las marcas de su cuello. Quizá quería hacerme daño a mí mismo. Quizá quería castigarme por no ser capaz de controlar mis sentimientos. Quizá quería escucharlo de sus labios.

—¿Qué es eso? —las señalé. Él se frotó el cuello, aún con aquella sonrisa de idiota.

—Ah, Madison. Es muy entregada.

—¿Te has acostado con ella?

—No, hemos jugado al parchís.

—Que te jodan… —dije sin fuerzas.

Se acercó por detrás, pegando su pecho a mi espalda. Una de sus manos bajó hasta mi cintura y me apretó más contra él mientras se inclinaba para susurrarme al oído:
—Puede que ahora te parezca un jodido cerdo, pero algún día te darás cuenta de que esto lo he hecho por ti, cariño. Un pequeño favor. No hace falta que me lo agradezcas. Si pensabas que me conocías…, esto es lo que soy, lo que hay.

—Suéltame —lo empujé.

—¿Lo ves? Ya no te parece tan divertido que te toque. ¿Sabes cuál es tu problema, Kihyun? Que te quedas en la superficie. Que miras un regalo y solo te fijas en el envoltorio brillante sin pensar en que puede que esconda algo podrido.

Ni siquiera pude mirarlo cuando pasé por su lado y me metí en la habitación dando un portazo que retumbó en toda la casa. Me dejé caer en la cama, hundí la cara en la almohada y apreté los dientes para evitar llorar.
Volví a oír ese «cariño» que, irónicamente, era la primera vez que no sonaba paternalista en sus labios, sino sucio, diferente. Me aferré a las sábanas, sintiendo…, sintiendo odio y amor y frustración, todo a la vez.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora