HYUNGWON

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Kihyun ya estaba delante de la puerta del supermercado cuando llegué. Estaba enfadado. Ignoré su ceño fruncido, montamos en el coche y nos pasamos todo el trayecto callados. Cargué las bolsas de la compra hasta la cocina y todavía no había empezado a guardar las cosas en los armarios cuando él apareció, furioso y precioso, con líneas nuevas rodeándolo, delimitando contornos que el mes anterior habían estado difusos. Le brillaban los ojos.

—¡¿Cómo has podido hacerme eso?!

—¿Eso? Sé más específico, Kihyun.

—¡Traicionarme así! ¡Decepcionarme!

—Sí que eres de piel fina.

—Y tú sí que eres un imbécil.

—Puede ser, pero ¿te lo has pasado bien? ¿Qué tal es lo de relacionarse con otro ser humano?, ¿agradable? Ahora debería venir el «gracias, Hyungwon, por ayudarme a dar el paso y ser tan paciente conmigo».

Pero no hubo nada de eso. Kihyun parpadeó para contener las lágrimas y, cargado de frustración, dio media vuelta y se metió en su habitación. Cerré los ojos, cansado, y apoyé la frente en la pared intentando centrarme. Quizá había sido un poco brusco, pero yo sabía…, no, sentía que era lo que tenía que hacer. Pese a él, e incluso pese a lo que de verdad me apetecía a mí.

Porque verlo así, tan cabreado y dolido, era jodidamente mil veces mejor que verlo vacío. Recordé lo que había pensado esa misma mañana: la idea de tener una cuerda en la mano y tensarla, tensarla más…, y eso fue lo que me hizo avanzar hasta su habitación y abrir sin llamar a la puerta.

—¿Puedo entrar?

—Ya estás dentro.

—Cierto. Intentaba ser educado. — Él me fulminó con la mirada—. Vayamos al grano. ¿Te la he jugado un poco? Sí. ¿Era por una buena causa? También. Quería avisarte de que voy a seguir haciéndolo. Y sé que piensas que soy un jodido cabrón insensible que disfruta metiendo el dedo en la herida, pero algún día, Kihyun, algún día me lo agradecerás. Acuérdate de esta conversación.

Él se llevó una mano temblorosa a los labios y me susurró que me marchase antes de levantarse, abrir la ventana y coger los auriculares que estaban sobre la mesilla.
Apenas hablamos durante los siguientes días.
Me dio igual. No podía dejar de pensar en la información que había leído sobre el síndrome de estrés postraumático. Y al menos, había encontrado una manera de romper esa parálisis y apatía durante unos segundos, que era mejor que nada. Cuando Kihyun se enfadaba, no había indiferencia en su mirada y las emociones le abrazaban sin remedio. Así que lo tenía ahí, tirando de la cuerda despacio, buscando la manera correcta de hacerlo.

Hoseok vino a recogerlo el lunes de la última semana de marzo. Él todavía estaba en el instituto, y yo lo abracé más fuerte que otras veces, porque lo había echado de menos, joder, y no me imaginaba lo que sería estar en su pellejo. Saqué dos cervezas de la nevera y salimos a la terraza trasera. Me encendí un cigarro y le tendí otro a él.

—Está bien esto de no fumar —dijo riendo.

—Es genial. Liberador. —Expulsé el humo—. ¿Cómo van las cosas por Sídney?

—Mejor que el mes pasado. ¿Qué tal aquí?

—Por el estilo. Kihyun avanza despacio.

Él miró la punta del cigarrillo y suspiró.

—Ya casi no recuerdo cómo era antes. Ya sabes, cuando se reía por cualquier cosa y era tan…, tan intenso que siempre me dio miedo que se hiciese mayor y no fuese capaz de gestionar sus propias emociones. Y ahora, mira. Jodida ironía.

Me tragué las palabras que me quemaban en los labios; de no hacerlo, le hubiese dicho que para mí seguía siendo igual de intenso en todos los aspectos, también a la hora de encerrarse y obligarse a no sentir nada porque, si lo hacía, sentía dolor por lo ocurrido y culpabilidad ante la idea de seguir disfrutando de la vida cuando sus padres ya no podían hacerlo, como si no lo considerase justo. Hoseok había asimilado la tragedia desde una óptica diferente; emocional, sí, pero con su parte práctica casi por obligación. Había llorado en el entierro, se había despedido de ellos y se había emborrachado conmigo la noche siguiente; después se había limitado a ponerse a trabajar, a organizar las cuentas familiares y a cuidar de Kihyun, que estaba hasta arriba de calmantes.

Yo había pensado mucho últimamente en la muerte.

No en lo que pasa cuando ocurre, no en ese adiós que todos terminaremos diciendo algún día, sino en cómo afrontarla cuando se lleva a las personas que más quieres. Me preguntaba si la tristeza y el dolor eran sentimientos instintivos o si nos habían inculcado cómo debíamos digerir ese trance.

Me terminé el cigarro.

—¿Te apetece? —señalé el mar con la cabeza.

—¿Estás loco? Vengo directo del aeropuerto.

—Vamos, será como en los viejos tiempos.

Cinco minutos después le había dejado un bañador y una tabla de surf y estábamos caminando por la arena. Aquel día hacía viento y el agua estaba fría, pero Hoseok no se inmutó mientras nos adentrábamos en el mar. Algunos rayos de sol se colaban entre la telaraña de nubes que cubría el cielo e intentamos pillar algunas olas, aunque eran bajas y apenas tenían fuerza.
Cogimos un par, haciendo maniobras cortas y rápidas, y después nos quedamos tumbados sobre las tablas, de cara al horizonte.

—He conocido a alguien —dijo Hoseok de pronto.

Lo miré sorprendido. Hoseok «no conocía a mujeres», tan solo «se acostaba con mujeres».

—Vaya, eso sí que no me lo esperaba.

—Da igual, porque no puede ser.

—¿Por qué? ¿Está casada? ¿Te odia?

Hoseok se echó a reír e intentó tirarme de la tabla.

—No es un buen momento para empezar una relación; en unos meses volveré aquí y luego está Kihyun, responsabilidades, el tema del dinero, muchas cosas… —Nos quedamos callados, cada uno pensando en lo suyo—. ¿Tú sigues viéndote con Madison?

—Alguna vez, cuando me aburro, cosa que casi nunca ocurre ahora que trabajo como niñera a tiempo completo.

—Sabes que voy a estar siempre en deuda contigo, ¿verdad?

—No me jodas, no digas chorradas.

Salimos del agua y vi la bicicleta de Kihyun al lado del poste de madera de la terraza. Cuando Hoseok lo encontró en la cocina, lo abrazó con fuerza a pesar de llevar el bañador mojado y de que Kihyun no dejaba de quejarse. Se apartó de él y, sujetándolo por los hombros, lo observó despacio.

—Tienes buen aspecto.

A Kihyun se le escapó una sonrisa.

—Tú no. Deberías afeitarte.

—Enano, te he echado de menos.

Volvió a abrazarlo y, cuando nuestras miradas se cruzaron mientras él lo sujetaba contra su pecho, vi la gratitud reflejada en sus ojos; porque él sabía…, los dos sabíamos que él estaba mejor, un poco más despierto.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora